Agricultura

Técnicos del INTA desarrollaron un mapa de necesidades nutricionales de los suelos pampeanos

Especialistas del INTA Balcarce –Buenos Aires– detectaron caídas de hasta un 40 % de materia orgánica, disminución de nutrientes básicos y creciente acidificación, particularmente en suelos agrícolas de la zona núcleo. Recomiendan la implantación de cultivos de cobertura y optimizar la aplicación de fertilizantes.

La calidad del suelo es uno de los factores esenciales para la multiplicación de la biodiversidad en el planeta y el desarrollo de prácticas agrícolas sostenibles. Pero para definir el diseño de estos sistemas, resulta prioritario contar con análisis de suelo que, basados en parámetros clave, permitan hacer un diagnóstico actualizado del estado nutricional del suelo y establecer estrategias de manejo que favorezcan la conservación de los nutrientes.

Con el objetivo de evaluar la calidad de los suelos, especialistas del INTA Balcarce –Buenos Aires– elaboraron un mapa de la región Pampeana en el que analizan la evolución de los niveles de materia orgánica (MO), fósforo extractable (P-Bray), pH, bases intercambiables (calcio, magnesio, potasio) y micronutrientes en los últimos siete años.

En cuanto a materia orgánica, el relevamiento indicó que se mantuvo en el mismo nivel en el norte pampeano, lo que sugiere que se llegó a un nuevo punto de equilibrio entre la entrada y salida de carbono de los suelos. “No sucedió así en el sur de la provincia de Buenos Aires, donde la MO continuó disminuyendo respecto del 2011, lo que podría explicarse por el agravamiento del proceso de erosión hídrica”, explicó Hernán Sainz Rozas, especialista en fertilidad de suelos y fertilización de cultivos del INTA Balcarce.

No obstante, el investigador aseguró que los niveles actuales en toda la región pampeana muestran valores entre un 30 y 40 % menores respecto a los suelos en condición prístina, condición que genera problemas físicos (estabilidad estructural y mayor riesgo de erosión) y menor disponibilidad de nutrientes, particularmente de nitrógeno y azufre.

Sainz Rozas, quien también se desempeña como investigador del Conicet y de la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad de Mar del Plata, participará como disertante en el Simposio Fertilidad 2019, que se lleva a cabo el 8 y 9 de mayo en Rosario, Santa Fe, donde presentará los resultados del estudio.

En tanto, los niveles actuales de P-Bray son menores a 15 mg kg-1 (0-20 cm de profundidad) en una vasta superficie de la región pampeana, y en los últimos siete años, este problema se agravó. Esto indica que nos niveles actuales de reposición de fósforo (vía aplicación de fertilizantes) están por debajo de la extracción en productos agrícolas (granos, carne, leche, etc.).

Respecto del pH, el especialista dijo que “hubo un cambio negativo, que se refleja en la disminución de los valores de pH del suelo, sobre todo al norte y este de la región Pampeana, donde se registran preocupantes niveles de pH”. En casos graves de acidificación, aun no alcanzados en la región, en los suelos con pH por debajo de cinco comienza a liberarse aluminio y esto resulta tóxico para las plantas y, a su vez, genera más acidez.

Además, la acidez provoca consecuencias sobre diferentes procesos biológicos y químicos que ocurren en el suelo. “En problemas graves de acidez, se recomienda la aplicación de calcita (carbonato de calcio) o dolomita (carbonato de calcio y magnesio)”, sugirió Sainz Rozas.

De acuerdo con los técnicos, la clave para contrarrestar el impacto negativo y contribuir a la salud de los suelos está en mejorar el balance de carbono: aumentar la frecuencia de cultivos de cobertura, promover la rotación de cultivos y, además, aplicar un plan de fertilización ajustado a las necesidades nutricionales del lote. Se calcula que el manejo racional de estas aplicaciones podría incrementar hasta en un 40 % los rindes de trigo y maíz.

“En síntesis, la situación es que hemos sacado plata de la caja de ahorro y no la hemos repuesto”, advirtió Sainz Rozas, para referirse a la brecha que existe entre los nutrientes requeridos por la producción agropecuaria y los efectivamente repuestos.

El estudio, que cubrió los suelos agrícolas de Buenos Aires, Santa Fe, este de La Pampa, centro y sur de Córdoba y oeste de Entre Ríos, recibió financiamiento de empresas del sector para la toma de muestras en más de 570 puntos de la región. El procesamiento de la información y el análisis de resultados fueron llevados a cabo por especialistas del INTA Balcarce.

A excepción del nitrógeno, la mayoría de los nutrientes se restituye a través de la aplicación de fertilizantes o de abonos orgánicos.

Más observaciones

En forma análoga a lo ocurrido con el pH, se determinaron reducciones de los niveles en suelo de calcio (Ca), magnesio (Mg) y potasio (K) intercambiables. Dos de los más afectados fueron el Mg y el K, los que presentaron reducciones del 43 al 44 % respecto a suelos prístinos. El Ca también disminuyó, pero en menor proporción (24 %).

Los menores niveles de Ca y Mg se determinaron al norte y noroeste de la región, mientras que los menores niveles de K al noreste de la región.

“Si continúa esta tendencia el contenido de calcio disminuiría a niveles preocupantes en 16 años y se convertiría en un problema generalizado en el norte de la región”, indicó Sainz Rozas.

En magnesio, se espera una situación de escasez entre los próximos cinco y ocho años, mientras que los niveles de potasio llegarían a marcas de alerta entre los próximos cuatro y 16 años. Por ende, en algunas zonas estos nutrientes deberán ser incluidos en los análisis de rutina para evaluar su necesidad de aplicación.

Para obtener estos datos, el estudio pone en relación la tasa de caída de los nutrientes registrada entre 2011 y 2018 y la disponibilidad actual de nutrientes en el suelo. La división entre ambas proporciones permite estimar cuánto tiempo demandaría alcanzar esos umbrales.

Otro de los parámetros analizados fue la disponibilidad de micronutrientes que, si bien son requeridos en bajas cantidades por las plantas, su carencia interfiere y dificulta el ciclo normal de crecimiento. Se clasifican en dos grandes grupos¬: los catiónicos, integrado por cobre, zinc, manganeso y hierro, y los aniónicos, como cloro y boro.

El estudio confirma las observaciones detectadas en relevamientos anteriores y demuestra que el micronutriente más problemático es el zinc. “Ya hay un gran porcentaje de los suelos, más del 50 % del área estudiada, que presenta niveles bajos de zinc, menores a una parte por millón”, alertó Sainz Rozas.

De acuerdo con el especialista, este micronutriente forma parte de muchas enzimas de las plantas y participa en diversos procesos metabólicos, por ejemplo, en la síntesis de proteínas y hormonas. “La aplicación de zinc emerge como una nueva necesidad; de hecho, en algunas zonas de Córdoba, es casi una práctica habitual aplicar un fertilizante fosfatado, cuya formulación contenga zinc”, especificó.

Luego del zinc, el contenido de boro también está en retroceso y comenzaría a mostrar deficiencias en el mediano plazo.

Antes de tomar cualquier decisión de manejo, la primera recomendación es realizar un análisis de calidad del suelo de cada lote.

Qué hacer en este escenario

Antes de tomar cualquier decisión, la primera recomendación es realizar un análisis de suelo del lote. “Se debe tener en cuenta que estos datos corresponden a mapas regionales y no predicen la realidad de cada lote; por lo tanto, es necesario que cada productor cuente con un análisis de suelo de calidad para conocer el estado nutricional de los lotes en particular y, así, poder llevar a cabo un manejo racional de la fertilización”, remarcó Sainz Rozas.

Para la reposición de nutrientes, el nitrógeno es el único nutriente que se recupera por fijación biológica del nitrógeno atmosférico, el cual puede ser captado por diferentes especies de leguminosas. El resto de los nutrientes se restituye a través de fertilizantes –existe una diversidad de tecnologías de aplicación, en cuanto a forma, fuente y momento de uso– o de abonos orgánicos –que hayan recibido un tratamiento adecuado previo a la aplicación–.

En este sentido, la clave para contrarrestar el impacto negativo y contribuir a la salud de los suelos está en mejorar el balance de carbono. “Tiene que ingresar más carbono del que se mineraliza anualmente, y el aumento de este ingreso se logra con alta frecuencia de gramíneas, rotación de cultivos y cultivos bien manejados desde el punto de vista nutricional”, detalló Sainz Rozas.

Además, recomendó intensificar el uso del suelo a partir de la incorporación de cultivos de cobertura o también llamados “cultivos puente”, que hagan un aporte de carbono extra al sistema. La sugerencia es incluir más cultivos por año y acortar los períodos de barbecho entre los cultivos principales, en los que el suelo queda al descubierto.

En relación con la disponibilidad de nitrógeno y fósforo, cuya escasez limita la posibilidad productiva, se observa con frecuencia el problema de que se aplica menos de lo realmente requerido por los cultivos. Es decir que, hoy por hoy, podrían obtenerse entre un 30 y 40 % más de rendimientos de trigo y maíz, si se fertilizara racionalmente.

“Hoy se habla de un rendimiento promedio de trigo a escala nacional de 3,0 toneladas por hectárea y, compensando la brecha del 30 %, podría estar en poco más de 4,4 toneladas”, calculó el especialista. En maíz, el manejo racional de la fertilización podría incrementar el promedio actual de 6,5 a casi 9 toneladas.

En cuanto a la fertilización de cultivos de cobertura, esta práctica depende del objetivo que tiene el productor. “Si el objetivo es retener los nutrientes que dejaron los cultivos antecesores y lograr un aporte de carbono, básicamente no conviene realizar aplicaciones y, más bien, permitir que el cultivo de cobertura absorba la cantidad de nutrientes disponible para proveérselos al cultivo siguiente”, planteó Sainz Rozas.

Por el contrario, si el objetivo del cultivo de cobertura es ingresar más carbono y aprovecharlo para hacer un pastoreo, sí es conveniente hacer aplicaciones de fertilización para asegurar un buen nivel de productividad.