Con la idea de “invitar a pensar la bioeconomía, y al maíz como cultivo estratégico, superador de la producción de materias primas”, Mayco Mansilla, gerente técnico de la Asociación Argentina de Productores de Siembra Directa (AAPRESID), presentó tres casos de un ecosistema que tiene al maíz como fuente de agregado de valor y emprendedurismo: Laura Chiantore, presidenta de Gas Carbónico Chiantore SA, en Villa María, Córdoba; Mario Aguilar Benítez, director de Las Chilcas, en Río Seco, en la misma provincia, y Antonio Riccilo, titular del grupo Riccilo, radicado en la provincia de Buenos Aires,
Laura Chiantore contó que la empresa nació en 1958, por iniciativa de su abuelo, que necesitaba el insumo para su embotelladora: “Nos dedicamos a la producción gas carbónico (CO2), que se utiliza para la producción de bebidas gaseosas, pero también tiene usos en la industria metalmecánica”, explicó. “En sus inicios, la planta de producción de CO2 funcionaba a carbón, luego a fueloil y, a comienzos de 1970, lo hizo con gas natural”, contó.
En la búsqueda de alternativas para crecer en producción, y a partir de la instalación en Villa María de ACA Bio, la planta de la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA) que se dedica a la producción de bioetanol de maíz, “surgió la posibilidad de utilizar como combustible los gases de fermentación del maíz que genera el bioetanol”, destacó la empresaria.
En la actualidad, la empresa cordobesa tiene dos plantas en funcionamiento: una que produce 35 toneladas diarias de CO2, y que funciona con gas natural, y otra con capacidad para 100 toneladas diarias a partir de los gases de fermentación del maíz. El establecimiento de mayor dimensión está ubicado dentro del predio de ACA Bio. “Nuestra idea es seguir avanzando, con la profesionalización de los recursos y con el desarrollo de nuevos mercados. Hoy abastecemos desde Córdoba a 18 provincias y a países del exterior”, explicó Chiantore.
En Río Seco, departamento del norte de Córdoba, Mario Aguilar Benítez lidera junto a sus cinco hermanos la empresa agropecuaria que fundó su padre: Las Chilcas. “Desde hace más de 30 años nos dedicamos a la producción agrícola y a la cría y engorde de ganado, a darle valor agregado al maíz a través del engorde de ganado bovino y porcino, como así también a la industrialización de nuestra materia prima en la producción de alcohol, aplicando tecnología e innovación con una mirada sustentable en nuestras acciones”, destacó.
Como parte de un modelo de economía circular que se perfecciona, en los últimos años la empresa asumió el desafío de mitigar el impacto ambiental. Además de alimento a partir del maíz, por medio de la instalación de una planta de bioetanol en 2016, el establecimiento produce también energía. Su sistema es un circuito cerrado de economía circular que también aporta nitrógeno, fósforo, potasio, manganeso y materia orgánica al modelo de producción agrícola.
Con un esquema similar, que tiene al maíz como foco, Antonio Riccilo conduce una empresa ubicada entre Saladillo y General Alvear, en la provincia de Buenos Aires, que expresa desde su génesis el esquema de economía circular. “Hacemos en forma intensiva las tres carnes, con producción avícola; de cerdos, a través de tres granjas porcinas; un feedlot; una planta de molienda de soja para la provisión de alimentos y, desde hace dos años, una empresa bioeléctrica que produce un megavatio de energía y que se alimenta de efluentes”, describió empresario.
El caso de Riccilo es el de un emprendedor que vio en el modelo agropecuario y de agregado de valor una oportunidad. “Venía del sector de la electrónica, y un desarrollo que logré vender muy bien me permitió comprar el campo y, desde ahí, comenzar a darle valor agregado a la producción. Soy primera generación, desde hace 45 años no paramos. Hoy conformamos un conglomerado que está integrado por 200 familias en el área rural”, destacó.
Espíritu emprendedor
Los tres casos del panel son claros exponentes del emprendedurismo en el sector agropecuario. “Vengo de una familia de emprendedores. Nuestra empresa nació de la necesidad que había en ese momento de la falta de gas carbónico en el mercado. Mi abuelo, mi padre y mi tío tenían una embotelladora y comenzaron a desarrollar ese nicho”, contó Laura Chiantore.
En el caso de Mario Aguilar Benítez, también la necesidad los llevó a emprender, debido a la zona donde está ubicado el campo, lejos de los puertos. “Quizá en otro lugar con más productividad no habríamos pensado en hacer tanto valor agregado”, justificó.
El empresario destacó el fuego emprendedor que heredó de su padre y que trasmitió a la familia. “Somos cinco hermanos, tres de los cuales estamos en el día a día. Tenemos la responsabilidad de seguir haciendo. Nuestro modelo es de economía circular, desde lo ambiental, social y económico, con 125 empleados que llenan de responsabilidad, pero también de la satisfacción de seguir soñando juntos”, remarcó.
Riccilo destacó la impronta que tiene cualquier productor de emprender. “Cualquiera puede hacerlo y está en condiciones para ello. El camino está abierto para todos. En nuestro caso, tenemos dos empresas propias y el resto en distintas sociedades, algunos socios son del exterior desde hace más de 20 años. Y eso lo logramos al contagiarles la idea”, indicó.
A la hora de dimensionar el éxito del emprendimiento, el empresario aseguró que eso depende de las posibilidades que ofrezca el negocio. “Nosotros fuimos desarrollando, a partir de modelos existentes, nuevos esquemas. Tenemos feedlots totalmente estabulados, con limpieza automática, de 10.000 metros cuadrados cada uno. Y hoy ya somos referencia porque muchos han adoptado ese modelo”, expresó.
Mansilla concluyó que los tres casos de valor agregado de maíz, en carne, gas carbónico y energía, son un aporte de sustentabilidad a los sistemas, que generan empleo y arraigo, y que también deben de servir como fuente de inspiración.