Según estadísticas oficiales, en el Alto Valle de Río Negro y Neuquén la superficie cultivada con peras y manzanas disminuyó en un 24%. En 2013, la región albergaba 49.576 hectáreas de tierras frutales, pero para 2022, esta cifra se redujo a 37.873 hectáreas. En promedio, se perdieron unas 1.170 hectáreas cada año, dejando a la industria frutícola en un estado de crisis profunda.
Las causas detrás de esta disminución son variadas. Factores como las condiciones climáticas adversas, las crecidas de los ríos y las enfermedades de las plantas influyeron en la producción. Sin embargo, la falta de rentabilidad se convirtió en el problema central. El costo de producción y los precios internacionales llevaron a que muchos agricultores abandonen sus cultivos. Los altos costos laborales y la competencia extranjera contribuyeron al problema, dejando a los pequeños productores en una situación especialmente vulnerable.
Esta pérdida de hectáreas de cultivo tuvo un impacto significativo en la economía local. Miles de trabajadores se han visto afectados por la disminución de la producción, y muchas comunidades dependientes de la fruticultura están luchando por sobrevivir. Además, la pregunta de qué se ha convertido en estas tierras una vez fértiles permanece sin respuesta. Algunas áreas pueden haber sido destinadas a otros tipos de cultivos, mientras que otras podrían haber sido abandonadas por completo.
En un momento en que la diversificación agrícola se vuelve crucial, la pérdida de tierras frutales en el Alto Valle plantea desafíos para la región. Los esfuerzos por revitalizar la industria y encontrar soluciones sostenibles son fundamentales para preservar esta parte importante de la economía agrícola argentina.
El sufrimiento de los productores ante un escenario que parece irreversible
José Alberto García, presidente del Consorcio de Riego de Roca y productor frutícola, compartió su angustia en dialogo con el diario Río Negro: “En 2005, había entre 6000 y 7000 productores primarios. Hoy no quedamos 1000 en todo el Alto Valle de Río Negro y Neuquén. Y de los 1000 que quedamos, un 70% tienen más de 65 años y no tienen relevo. Es un problema que se está agudizando mucho”.
Horacio Pierdominici, presidente de la Cámara de Productores de Cipolletti, responsabilizó a la política por la crisis frutícola: “La actividad se va deteriorando y lo peor de todo es que la política no hace absolutamente nada para mejorar esto, al contrario, hoy la política piensa que va a vivir del petróleo y del gas toda la vida”. La baja rentabilidad de la fruticultura, el avance urbano descontrolado y la falta de cumplimiento de ordenanzas se suman al problema.
A medida que miles de hectáreas de cultivo salen del sistema frutícola, surge la pregunta: ¿a dónde van a parar estas tierras fértiles? Algunas se convierten en tierras para otros fines productivos, otras quedan improductivas y se lotean, y otras aún se destinan a la industria petrolera, impulsada por Vaca Muerta. La falta de datos precisos dificulta el seguimiento del destino de estas tierras agrícolas.
El panorama sombrío en el Alto Valle es un recordatorio de los desafíos que enfrenta la fruticultura en Argentina y la necesidad urgente de encontrar soluciones para preservar esta parte vital de la economía agrícola del país.