Los ingenieros de la NASA repetirán esta noche la experiencia de vivir siete minutos de terror en Marte. Eso es lo que tardó el rover Curiosity en aterrizar en agosto de 2012 y eso es lo que le llevará a la misión Insight. Después de un viaje de más de seis meses y 485 millones de kilómetros, el robot deberá posarse de una sola pieza en una zona plana del planeta, lo que implica un peligroso y complicadísimo conjunto de maniobras en las que pasará de una velocidad vertiginosa de unos 20.000 kilómetros por hora a cero. Cualquier pequeño error, la más mínima imprecisión, puede dar al traste con una misión fundamental en la carrera para la conquista del cuarto mundo del Sistema Solar. Una vez consiga posarse sobre el terreno, el artefacto del tamaño de un piano analizará las entrañas del planeta y buscará la presencia de «martemotos», terremotos marcianos.
Lanzada el pasado mayo desde Vandenberg, la base de las Fuerzas Aéreas de Estados Unidos en la costa de California, la nave InSight (en inglés significa «visión interna») de casi 700 kilos de peso (incluido el escudo térmico y el combustible) ingresará en la atmósfera de Marte este lunes 26 de noviembre e intentará colocar un módulo de aterrizaje suavemente en unas extensas llanuras conocidas como Elysium Planitia, a unos 600 kilómetros al norte del cráter Gale, el sitio de aterrizaje del Curiosity. Un equipo del Laboratorio a Propulsión a Reacción (JPL) de la NASA en Pasadena, California, y de la compañía Lockheed Martin Space en Denver, ha preprogramado la nave para que cumpla al pie de la letra una secuencia específica de comandos.
Sobre las 20.40 hora peninsular española, se separará la etapa de crucero (dos paneles solares) que ha llevado la misión a Marte. Tan solo un minuto después, la nave girará para orientarse correctamente y entrar en la atmósfera. Ese será uno de los momentos de mayor tensión. «La sonda tiene que ponerse justo a 12 grados del planeta. Si son más, se quema. Si son menos, rebota y se pierde en el espacio», explica Jorge Pla-García, científico planetario e investigador del Centro de Astrobiología (CSIC-INTA). Él será uno de los científicos que analizarán los datos TWINS, un instrumento meteorológico español a bordo de InSight, una vez esté operativo.
Otros seis minutos más tarde y a 128 km de altura sobre el suelo, InSight entrará en la atmósfera a la velocidad extrema de 19.800 kilómetros por hora. Entonces, a las 20.47, comenzará la fase de entrada, descenso y aterrizaje, los llamados siete minutos de terror. El protector térmico se calentará a tal extremo que alcanzará los 1.500 ° C, la temperatura de la superficie del Sol, lo que podrá producir posibles rupturas temporales en las señales de radio.
El final, a plomo
En solo quince segundos se producirá la desaceleración máxima, se desplegará el paracaídas y se separará del escudo térmico. Si todo va bien, se extenderán las tres patas del módulo de aterrizaje y se activará el radar que detectará la distancia al suelo. Será el momento en el que se desprendan la carcasa trasera y el paracaídas, a 300 km por hora y a tan solo 1 km de altura.
El radar al mando irá diciendo a los retrocohetes, o motores de descenso, ya activos, a qué altura están y qué potencia deben tener. InSight comenzará a disminuir su velocidad constante (de 27 km por hora a 8 km por hora) y, por fin, de nuevo si todo se cumple a rajatabla, logrará el arriesgado aterrizaje a las 20.54 horas, a plomo en los momentos finales. Pasarán ocho minutos hasta que la señal de radio de InSight llegue por fin a la Tierra para indicar que está perfectamente y funcionando.
«Solo entonces respiraremos aliviados y podremos decir que estamos satisfechos. El aterrizaje no será tan arriesgado como el del Curiosity, pero es extraordinariamente complejo. En una escala este es un diez, y el del Curiosity, un 'cum laude'», asegura Pla-García. Y aporta un dato: «Muy poca gente lo tiene en cuenta, pero hay que pensar que todo el sistema funciona en diferido, de forma autónoma, con medio millón de líneas de código informático programado. Si una falla, todo se va al garete». En la mente de todos, el fracaso del módulo de aterrizaje experimental europeo, Schiaparelli, que se estrelló en Marte hace ahora dos años a causa de un fallo en los sistemas de navegación.
Habrá que esperar algo más para que llegue la primera imagen de InSight y la NASA confirme que sus paneles solares se han implementado.
Un «chequeo» completo
InSight desplegará dos planeles solares para «alimentarse» y se pondrá manos a la obra justo tras el aterrizaje, pero la recopilación de datos científicos no comenzará completamente hasta aproximadamente diez semanas después. El objetivo del robot es hacerle a Marte el primer «chequeo» completo desde que se formó hace 4.500 millones de años. Se trata del primer explorador robótico que estudiará las profundidades del planeta: su corteza, manto y núcleo. También medirá el número y la frecuencia de impactos de meteoritos y la actividad tectónica, en la búsqueda de la existencia de «martemotos», terremotos en Marte. De igual forma, estudiará la cantidad de calor que aún fluye a través del planeta y rastreará su oscilación mientras orbita alrededor del Sol. Para todo ello, utilizará diferentes instrumentos científicos, entre ellos un sismómetro, un perforador (atravesará el suelo hasta cinco metros de profundidad) y la estación meteorológica española, que recogerá la información sobre vientos y temperaturas.
Pero InSight no estará solo. Un par de naves espaciales del tamaño de un maletín llamadas MArCo-A y MarCo-B pasarán a 3.500 kilómetros de distancia de Marte justo cuando InSight aterrice. Se trata de una demostración tecnológica, el primer uso en el espacio profundo de un diseño de nave espacial modular en miniatura, un «CubeSat». Una de ellas podría recibir transmisiones del aterrizador y retransmitir información sobre su estado durante el descenso y el aterrizaje a la Tierra.
La misión principal de InSight durará dos años terrestres, o un poco más de un año de Marte. Sus resultados ayudarán a responder preguntas clave sobre la formación de los planetas terrestres del Sistema solar y supondrán un paso más en la conquista del Planeta rojo hasta 2020, cuando NASA por un lado y Rusia y Europa por otro planean lanzar flamantes nuevos vehículos marcianos. Después, el objetivo es una huella humana.