"El sector ganadero ha demostrado su resiliencia, al adaptarse rápidamente a las restricciones impuestas por la pandemia", sostiene un informe del Rosgan. Importantes trasformaciones a nivel comercial lo llevaron a transitar un año con muy buenos resultados. A su vez, en medio de un contexto macroeconómico de elevada incertidumbre, ofreció solidez a un mercado carente de alternativas seguras y líquidas.
Bajo este escenario, el sector comienza a dejar atrás ciclos de muy malos resultados para la cría, con precios retrasados y tasas literalmente prohibitivas para la actividad productiva, y empieza a dar las primeras señales de un cambio de tendencia en el ciclo ganadero.
Lotes atrás, los expertos analizaban los datos de faena, destacando un quiebre en las altas tasas de liquidación de hembras lo que permite proyectar el inicio de una fase más equilibrada por posible tendencia a la retención. A su vez, en parte obligado por la coyuntura comercial pero también con un claro objetivo de aumentar los pesos de faena, el invernador ha comenzado a alargar las recrías a campo, apuntando a sacar animales más pesados. Otro giro muy benigno para el ciclo ganadero
Sin embargo, el factor climático hoy plantea al negocio un nuevo interrogante. ¿Podrán los campos sostener los programas productivos trazados a mediano plazo, logrando una mayor retención de vientres y estas invernadas más largas?
La situación resulta crítica para varios sectores del país. Venimos de uno de los agostos más secos de la última década. A excepción de sectores del sur de la provincia de Buenos Aires y extremo noreste de la Mesopotamia, el resto del país atraviesa una de las sequías más fuertes de los últimos años.
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De acuerdo a los análisis que realizan los especialistas locales en agro meteorología, el Pacífico Ecuatorial Central viene registrando un creciente nivel de enfriamiento que, precisamente, es donde se define el fenómeno “La Niña”, caracterizado por lluvias por debajo de lo normal durante los meses de primavera y verano para nuestra región.
De acuerdo a los pronósticos actuales, ese enfriamiento tiende a acentuarse en los próximos tres meses lo que limitaría las posibilidades de observar una restitución de las lluvias durante la primavera.
Una primavera seca no es lo mismo que un invierno seco para la ganadería. En primavera se define el partido tanto de corto como de mediano y largo plazo. En el corto plazo, los campos que están reteniendo por más tiempo sus invernadas tratando de ganar más kilos y reacomodar así la relación de venta final, en caso de transitar una primavera seca podrían verse forzados a liberar hacienda menos terminada y a su vez, en pleno pico de oferta, algo que esta estrategia precisamente ofrecía evitar. En tanto que, hacia el mediano plazo se juegan variables de alto impacto para los ciclos venideros. A partir de septiembre se inicia la temporada de servicios. La condición corporal en la que llegan las vacas resulta determinante para lograr buenas tasas de preñez.
Como primera adecuación, muy probablemente, veamos retrasar estos servicios a la espera de mejores condiciones. En algunos casos, este retraso podría no ser suficiente obligando también a reducir la carga de animales por hectárea para no sobre exigir los potreros y permitir una recuperación más rápida. Esta situación determinaría, al igual que en el caso de la salida anticipada de la invernada, un efecto de corto plazo sobre en la oferta de vacas, siempre refiriéndonos a situaciones zonales en función de la recuperación que pueda o no darse con la llegada de la primavera.
Pero asumamos que este escenario de cierta liquidación temporal de vientres por seca no llegue a concretarse o al menos, resulte limitado a zonas muy puntuales. La situación actual ya está condicionando a un retraso en la temporada de servicios y muy probablemente termine afectando los índices de preñez. Esto es precisamente lo que llamamos efecto de mediano y largo plazo dado que, por estos meses, se configura gran parte del partido que nos tocará definir en los próximos dos años. Las preñeces logradas durante esta primavera determinarán las pariciones 2021 y los destetes de terneros 2022.
Todos recordamos la seca del 2008/09, una de las más severas de las últimas décadas donde la falta de agua condicionó gran parte del invierno 2008 y se acrecentó durante la primavera y el verano siguiente. En aquel entonces, y casi en forma análoga a lo que se está viendo hoy en algunas zonas ganaderas tanto del centro-oeste como del norte del país, las vacas salieron de un invierno muy duro e ingresaron a la temporada de servicios con muy bajo estado corporal lo que determinó fuertes caídas en las tasas de preñez de ese año y posterior destete de terneros.
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De acuerdo a los datos de vacunación a marzo de 2010, el porcentaje de marcación de terneros había caído al 51%, desde el 55% y 60% registrado durante los dos ciclos previos. Habíamos perdido más de 1.5 millones de terneros en tan solo un año, producto no solo del bajo nivel de servicios sino también de un amento en la mortandad de terneros y vacas por una malnutrición post parto.
Posteriormente, tuvimos otros dos episodios de sequías muy severas, uno durante el ciclo 2011/12 y el otro más reciente durante el ciclo 2017/18. En ambos casos, el mayor déficit comenzó a registrarse a partir de diciembre del primer año, acrecentándose luego durante el verano. La afección también se extendió hacia el inicio de otoño, lo que condicionó fuertemente las implantaciones de pasturas y por ende la oferta forrajera del invierno.
Sin embargo, a diferencia de lo ocurrido durante el ciclo 2008/09, el impacto se dio sobre el final de la temporada de servicios, con vacas llegando a ese entonces con buen estado corporal, situación que permitió transitar esos períodos sin grandes caídas en los niveles de preñez. Esto se vio reflejado luego en buenos índices de marcación -en torno al 62 a 63%, tanto en 2013 -correspondiente a los servicios 2011- como en 2019, producto de los servicios de primavera 2017. No obstante, el impacto de la menor oferta forrajera durante la primera parte del año, se tradujo en un aumento de la faena, en general, de hacienda más liviana. Esto es un efecto de corrección de corto plazo, que libera los campos transitoriamente sin llegar a afectar variables fundamentales del ciclo ganadero.
En contraposición, una sequía de primavera resulta altamente determinante del devenir productivo de los próximos dos años. En concreto, el mes de septiembre será clave para realizar los ajustes de carga que demanden los campos que, en caso de generalizase, podrían derivar en un ingreso anticipado de oferta.
Paralelamente, comienza a configurarse la potencial oferta de terneros que veremos ingresar en la zafra 2022.
Este año hemos registrado una muy buena extracción de terneros, casi 15 millones marcados al 31 de diciembre del 2019 sobre un total de 23 millones de vacas. Pensar tan solo en una caída de 2 puntos promedio en las preñeces de este año, trasladables al destete 2022, podría llegar a impactar -a igual cantidad de vacas en servicio- en unos 450.000 terneros menos que faltarán en la oferta total de carne de ese año.