A 20 años de liberarse comercialmente en el país el primer cultivo transgénico -la soja tolerante al herbicida glifosato- más de 250 expertos de los Institutos de Genética y de Biotecnología del INTA confían en los resultados de decenas de líneas de investigación que se llevan adelante, mientras los avances conseguidos se traducen ya hoy en importantes mejoras en la cantidad y calidad de la oferta de productos agrícolas y animales.
“El proceso de incorporación fue creciente y la Argentina es en la actualidad el tercer país en superficie sembrada con cultivos genéticamente transformados en soja, maíz y algodón”, precisó Ruth Heinz, directora de Instituto de Biotecnología (IB).
Gabriela Pacheco, que dirige el Instituto de Genética (IG), destacó a su vez la búsqueda de “variedades superiores a las que ya existen, con características que apuntan a la productividad, la calidad y la sanidad”.
Ambas especialistas del Centro de Investigación en Ciencias Veterinarias y Agronómicas (CICVyA, del INTA Castelar) destacaron en declaraciones formuladas a Télam el decidido respaldo a la actividad investigativa, tanto en recursos humanos como presupuestarios.
Heinz remarca los altos rendimientos por los eventos desarrollados en empresas internacionales, pero acompañados localmente con el uso de insumos, técnicas de siembra y cosecha adecuadas.
En el último decenio, además, se articuló con los distintos programas de mejoramiento, como por ejemplo los del girasol en Manfredi (Córdoba), y el de trigo y soja en Marcos Juárez.
La tarea del IB incluye la introducción de genes o de cambios en genes preexistentes, para darle a las plantas una característica beneficiosa, que puede ser una resistencia a enfermedades; ejemplo de ello es una papa resistente a dos virosis que ya está en etapa de evaluación a campo.
Tras la obtención en laboratorio y la evaluación en condiciones controladas, en cámaras e invernáculos, sigue un proceso antes de la liberación comercial, que incluye fases de evaluación de inocuidad alimentaria y de impacto ambiental.
El financiamiento de la Agencia Nacional de Promoción Científica y Tecnológica (Ancyt) desde 2013 y una nueva fuente, dirigida a entidades públicas y empresas nacionales a partir de acuerdos recientes entre los ministerios de Ciencia y Tecnología y de Agroindustria, favorecen la transferencia de otras herramientas.
Entre ellas –precisa Heinz- figuran los marcadores moleculares, que permiten ubicar genes de resistencia a enfermedades, factores de resistencia o de tolerancia a estrés, como la sequía, que es un factor limitante muy importante de nuestros cultivos.
En el Instituto de Genética, en tanto, uno de los ejes es la generación de variabidad genética, es decir, la base para que se pueda hacer selección de variantes de plantas o animales, que hagan una contribución a lo previamente existente.
“Una línea -dice Pacheco- es la mutagénesis, tecnología antigua que en los últimos años ha tomado un enfoque más moderno, debido a técnicas moleculares que permiten identificar esas mutaciones responsables de las características que queremos seleccionar”.
El arroz es un caso de aplicación de esta técnica, mediante la cual, junto con otras estaciones experimentales del INTA (como la de Concepción del Uruguay) se logró resistencia a un herbicida de uso masivo que combate muchas malezas, entre ellas la conocida como arroz colorado.
Se beneficia así el 60% de la superficie de arroz sembrada en el país y la variedad se está patentando en Europa, mientras también con este grano se logró “uno de los eventos más promisorios”, según Pacheco, ya que permite resistencia a sequías que por el cambio climático se registran cada dos o tres años y disminuyen la productividad del cultivo.
Del mismo modo, en el IG se trabaja con cebadas y variedades de trigo al cual se incorporó un gen que lo hace tolerante a la sequía, y que está hoy en ensayos experimentales en zonas de estrés hídrico.