Investigadores de la Facultad de Agronomía de la UBA (FAUBA) estudiaron las comunidades de malezas en los cultivos de maíz de la Pampa Ondulada entre 1960 y 2019, y hallaron que entre esos años, el número de especies se redujo de 85 a 20.
Sugieren que las malezas pueden indicar la salud de los ecosistemas y dar claves para mejorar el manejo del suelo.
Elba de la Fuente, cabeza de la investigación y docente de Cultivos Industriales de la FAUBA, dijo que es importante conocer los cambios en las comunidades de malezas porque “podrían afectar la biodiversidad y causar la pérdida de los bienes y servicios que brinda. Por ejemplo, la producción de alimentos, fibras y energía, el mantenimiento del ciclo de los nutrientes y del agua, y la regulación de plagas”.
Las malezas como consecuencia del manejo del suelo
“Una comunidad de malezas es un grupo de especies que conviven en el tiempo y en el espacio con un cultivo; en este caso es el maíz, pero puede ser con otros”, explicó de la Fuente en un estudio publicado en la revista Agronomía y ambiente.
“Realizamos censos de vegetación en los que registramos cuáles especies había y en qué cantidad, una característica conocida como riqueza de especies”. Elba detalló que sus mediciones cubrieron un área de 25.000 kilómetros cuadrados, lo que equivale a 125 veces la superficie de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires.
La docente señaló que encontraron grandes cambios. “Vimos que se redujo de forma considerable la riqueza de especies en los cultivos. Además, especies que antes no eran tan importantes, como el raigrás o el yuyo colorado —también conocido como Amaranthus palmeri—, ahora forman parte de las comunidades, ya que aparecieron formas resistentes a los herbicidas y eso dificulta su manejo”.
Por otro lado, Elba apuntó al manejo del suelo como posible causante de muchos de los cambios en las malezas.
“Por ejemplo, el chamico, también llamado Datura ferox, estaba entre las especies más comunes, pero en los últimos años ya casi no se la encuentra en los relevamientos. Nuestra hipótesis es que la siembra directa no lo favoreció, ya que sus semillas requieren de una breve exposición a la luz solar durante el laboreo de la tierra para romper germinar. En siembra directa, al no realizarse ese laboreo, las semillas no reciben este estímulo”.
Sin embargo, la otra cara de la moneda es que la siembra directa pudo haber beneficiado a otras especies. “Es el caso de la rama negra —o, científicamente, Conyza bonariensis—, que se ve favorecida cuando sus semillas están cercanas a la superficie, sobre el suelo o en poca profundidad. La siembra directa brinda estas condiciones”, puntualizó la docente.
La evolución de la resistencia al glifosato de esta especie, según detalla el estudio, es también un factor que explica su persistencia.
Para finalizar, Elba enfatizó la importancia de generar sistemas más diversos para mantenerlos saludables. “Esto implicaría diversificar los cultivos, ampliar las prácticas de manejo, crear herramientas que favorezcan la biodiversidad, mantener espacios de vegetación natural y hacer un uso racional de los recursos. En definitiva, tenemos que tratar de que el agroecosistema tienda a parecerse más al ecosistema natural”.