Los pobladores más antiguos del partido bonaerense de Mar Chiquita atestiguan los grandes cambios que ha sufrido la flora autóctona, principalmente ante el avance de la población; son ellos quienes nos comentan la diversidad de especies y la abundancia que existía hace 40 años, cuáles servían para comer y cuáles para curar.
Con el objetivo de aprovechar el conocimiento popular existente y profundizarlo a través de la investigación clásica, técnicos del INTA avanzan en el estudio de las especies espontáneas y, además, lo transforman en una curiosa propuesta educativa abierta a la comunidad.
Desde hace tres años, organizan talleres dinámicos que toman la forma de caminatas por la zona, en los que los participantes aprenden a identificar las plantas comestibles, conocen sus propiedades y recolectan semillas para multiplicarlas en la huerta hogareña. El encuentro fue el 18 de abril, en el marco del receso por Semana Santa.
Este proyecto se desarrolla en La Caleta, Parque Lago y Mar de Cobo. “Estas localidades son una reserva forestal y, por lo tanto, su superficie de sombreo limita la producción hortícola, sobre todo en el período invernal; no obstante, las especies espontáneas comestibles están adaptadas a esta condición y pueden servir como refuerzo de la huerta”, puntualizó Laura De Luca, especialista en agroecología del INTA Cuenca del Salado –Buenos Aires–.
De acuerdo con De Luca, el impulso de los talleres fue pensado con los objetivos de “poner en valor los saberes vinculados con la flora espontánea autóctona o naturalizada y su funcionalidad, compartirlos con la comunidad e indagar acerca de la posible pérdida de biodiversidad en la vegetación circundante”.
De igual modo, la búsqueda estuvo motivada por las posibilidades de “fomentar el diálogo entre los diferentes grupos etarios de la localidad y aumentar la productividad de las huertas domiciliarias durante el período invernal”.
Desde hace tres años, técnicos del INTA organizan talleres dinámicos por la zona de Mar Chiquita, en los que los participantes aprenden a identificar las plantas comestibles.
Hasta el momento, el proyecto reúne un haber de 21 caminatas realizadas en diferentes estaciones del año –para observar todo el ciclo de crecimiento de las plantas– y mucho conocimiento registrado. “Algunas especies espontáneas detectadas en la zona resultaron útiles a la hora de suplementar ensaladas y comidas, como especias y condimentos, mientras que otras se destacaron por sus cualidades medicinales”, apuntó la especialista.
Además, se detectaron especies muy valiosas por su aporte a la protección natural de la huerta, en el sentido de que sirven de nicho para captar insectos benéficos o proveen floración y néctar para los polinizadores en momentos de escasez de este recurso.
Caminatas de aprendizaje
Para De Luca, la propuesta de las “caminatas yuyeras” –la denominación coloquial que reciben los talleres dinámicos– permite el desarrollo de “procesos de identificación botánica de las especies, la formación de herbarios y la colecta de semillas”, que hacen posible el monitoreo, la clasificación y el uso de especies espontáneas (nativas o naturalizadas) como especies integradas a las huertas y los jardines hogareños.
Las caminatas se llevan a cabo a través de dos circuitos principales y uno auxiliar, que puede ser utilizado por personas con discapacidad. Ambos circuitos presentan especies similares, aunque algunas son exclusivas de cada uno.
Respecto de las especies que pueden observarse, se destacan la carqueja (también llamada “carquejilla” o “yaguareté caá”); la conocida planta diente de león, amargón, taraxaco o panadero; el Huevito de Gallo o uvita del campo; y la achicoria, radicheta, philliyuyu (quechua), radicchio o radichia (Cichorium intybus. L).
Las plantas espontáneas son reconocidas mediante recorridas guiadas, colectadas, herborizadas y clasificadas de acuerdo con claves taxonómicas. “El momento de clasificación y herborización facilita la conceptualización de algunas ideas, promueve el intercambio de información y rescata los conocimientos previos de los participantes”, indicó De Luca.
Luego, las observaciones se corroboran con la bibliografía específica y se apuntan los aportes al agroecosistema (si la especie es ornamental, aromática, comestible, medicinal, fijadora, aportante de néctar, etc.). Por su parte, las semillas colectadas son secadas en sobres de papel y conservadas con métodos caseros.
El proyecto, llamado “Todo está en la semilla: la identidad de las especies espontáneas, nativas o naturalizadas, de la región costera”, nació en 2016 en La Caleta, en el marco de talleres de capacitación realizados por el ProHuerta –programa impulsado por el INTA y el Ministerio de Salud y Desarrollo Social de la Nación– en la Biblioteca Comunitaria Clara Jordi. Se llevó a cabo mediante un Proyecto Especial en la cartera 2016.