
Este año se cumplen 100 años de una de las travesías más increíbles jamás realizadas a caballo el viaje de Gato y Mancha, junto al jinete suizo Aimé Félix Tschiffely, desde Buenos Aires hasta Nueva York. Para conmemorar la hazaña, la familia Solanet descendientes de Emilio Solanet, quien crió y donó los caballos para aquella aventura organizó un emotivo acto en la Estancia El Cardal, en Ayacucho, donde hoy descansan los restos de los tres protagonistas.
Gloria Araoz, nieta de Solanet, recordó que al principio su abuelo pensó que Tschiffely "en Rosario se iba a pegar la vuelta". Sin embargo, más tarde, cuando vio su determinación, le regaló dos caballos experimentados "Le dio esos dos caballos como una apuesta. Si algo pasaba, no iba a ser una pérdida mayor", explicó Gloria.
El homenaje, que reunió a cientos de personas y más de 400 caballos criollos, fue una verdadera celebración del espíritu de esta raza, y del vínculo inquebrantable entre el hombre y el animal. Hubo discursos, desfiles y música. Esta no es solo una historia de resistencia, sino también de confianza y lealtad. Un legado que, generación tras generación, la familia Solanet mantiene vivo.

La historia
Aimé Félix Tschiffely no era un gaucho de nacimiento, era más bien un aventurero que había aprendido a moverse entre caballos y estancias como si lo fuera. Había nacido y vivido en Suiza, hacia varios años que enseñaba idiomas en un colegio de Quilmes y a sus 28 años cuando terminó su contrato como profesor, se propuso una idea que rozaba lo imposible, decidió demostrarle al mundo que el caballo criollo argentino tenía una resistencia única y que no necesitaba pedigrí europeo para estar a la altura de cualquier desafío. Y para eso, decidió nada menos que atravesar América.
Buscando los compañeros ideales para su viaje se dirigió a un conocido diario donde un periodista, según Gloria Araoz "un poco para sacárselo de encima" le recomendó hablar con Emilio Solanet, veterinario y criador, dueño de la estancia “El Cardal” en Ayacucho, Buenos Aires. Además, había sido uno de los fundadores de la Asociación de Criadores de Caballos Criollos, una raza que recientemente había sido reconocida oficialmente.
Aimé no dudó y fue hasta la estancia con la intención de comprar dos ejemplares. Pero Solanet, al principio, se negó. Consideraba el viaje una locura, algo sin futuro.
Sabiendo la magnitud del desafío, el propietario de "El Cardal", le propuso antes someterse a una serie de pruebas físicas. Durante semanas, lo expuso a jornadas extenuantes a caballo, bajo el sol ardiente o en plena tormenta, con la esperanza de hacerlo desistir.
Pero Tschiffely no se rindió y superó cada una de esas pruebas. Entonces, Solanet cambió de parecer y le regaló a Gato, un caballo gateado de 16 años, y a Mancha, un overo de 15. Eran dos ejemplares curtidos, nacidos en el monte, descendientes de la tribu del cacique tehuelche Liempichún, provenientes de Colonia Sarmiento, en Chubut. Animales nobles, fuertes, resistentes.

La travesía
El viernes 24 de abril de 1925, Tschiffely partió desde de la Sociedad Rural. Muchos de los que fueron a despedirlo, incluidos la prensa se mostraron incrédulos. En medio de saludos y sonrisas irónicas, Aimé y sus dos criollos enfilaron hacia Rosario. En la primera parte del viaje a caballo recorrió los caminos de Santiago del Estero, atravesó los paisajes de Tucumán y siguió rumbo norte hasta alcanzar Jujuy. Casi cuarenta días después llegó a Perico del Carmen, en Bolivia. Allí, tras haber estado explorando antiguas tumbas indígenas, sufrió una herida y contrajo una infección, como consecuencia pasó un poco más de un mes internado, lo que lo obligó a interrumpir el viaje.
Después de recuperarse, el camino no se volvió más fácil. Le tocó cruzar cauces secos, aguantar el frío de la altura y lidiar con la indiferencia de algunos pueblos donde la ayuda escaseaba. Subió a más de 4.000 metros, enfrentó tormentas de nieve, se abrió paso entre selvas espesas y hasta tuvo que cazar monos para poder seguir adelante. Mancha, siempre alerta y un poco desconfiado, iba siempre adelante marcando el rumbo con cuidado. Gato, en cambio, más tranquilo y aguantador, cargaba con todo sin emitir ni una queja.
En total la travesía tuvo 504 etapas. A medida que pasaba el tiempo e iban superando pruebas, el vínculo entre los tres se fortalecía cada vez más. No hacían falta sogas ni órdenes, los caballos lo seguían porque lo querían. Tschiffely los conocía bien, y alguna vez los describió con estas palabras: “Si tuviera que elegir un caballo para contarle mis problemas, elegiría a Gato; y para salir de fiesta, a Mancha”.
Durante tres años y casi cinco meses recorrieron 21.500 kilómetros, cruzando 20 países. Varias veces atravesaron la cordillera de los Andes y hasta lograron una hazaña histórica, pasaron por El Cóndor, entre Potosí y Chaliapata, donde alcanzaron los 5.900 metros de altura, estableciendo un récord mundial para caballos. En ese punto, soportaron temperaturas de hasta -18 ºC y también sufrieron calores agobiantes, cruzaron ríos caudalosos y pasaron por puentes tan frágiles que ponían a prueba cada paso.
Las noticias sobre su travesía se difundieron rápidamente por todo el continente y a lo largo del camino fueron reconocidos como héroes en ciudades como Lima, Quito, Ciudad de México y, finalmente, el 20 de septiembre de 1928, 3 años y 149 días después de haber partido de Buenos Aires, llegaron a Nueva York, donde fueron recibidos con honores.
En Estados Unidos le ofrecieron una millonaria suma de dinero a cambio de sus caballos pero Tschiffely se negó y respondió: “Prefiero volver pobre pero con ellos, a volver millonario pero sin mis dos bravos y fieles caballos criollos.”

La vuelta Buenos Aires
El 20 de diciembre de 1928 el suizo y sus equinos llegaron a Buenos Aires en un barco que los trajo desde Nueva York. Los animales volvieron a la estancia en Ayacucho donde pasaron el resto de sus vidas.
En cuanto a Tschiffely se quedó un tiempo en Argentina y en 1933 se casó con Violet Hume, viajó a Estados Unidos y luego se radicó en Gran Bretaña, donde escribió varios libros.
Años más tarde, volvió a visitar la estancia El Cardal. Apenas llegó, silbó como lo hacía en los viejos tiempos. Desde el fondo del campo, Gato y Mancha aparecieron de inmediato y alegres corrieron a saludar a su viejo compañero.
Gato murió en 1944 y Mancha en 1947. Sus cuerpos fueron embalsamados y hoy pueden verse en el Museo del Transporte de Luján. Tschiffely murió en Londres en 1954, pero sus cenizas regresaron a la Argentina años después, donde recibió un homenaje con impronta gauchesca en el cementerio de la Recoleta.
El 22 de febrero de 1998, sus cenizas fueron trasladadas a la estancia El Cardal, Desde entonces, descansa con sus fieles compañeros, como si el viaje nunca hubiera terminado.
En nuestro país el 20 de Septiembre fue declarado día nacional del caballo en homenaje a esta historia que, más que una hazaña, habla de un vínculo profundo entre personas y caballos. Porque los que conviven con ellos saben bien que no son todos iguales, cada uno tiene su forma de ser, su ritmo, su carácter… y cuando confían en alguien, ese lazo es para siempre.
