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Innovar en el agro no es solo volar drones: “Lo que nos interesa es la calidad de aplicación”

Nicolás Marinelli, CEO de Marinelli Technology, impulsa el desarrollo de soluciones robóticas adaptadas al campo argentino y reclama por una regulación acorde a los desafíos del sector. Con más de una década en la industria, advierte que la tecnología sin criterio agronómico no alcanza.

Nicolás Marinelli dirige Marinelli Technology, una empresa que desarrolla soluciones robóticas para el campo argentino. Formado entre los fierros de la empresa familiar y apasionado por el aeromodelismo, comenzó a explorar la aplicación de drones en el campo desde muy joven. “Arranqué en 2012, tenía 21 años. Desde chico hacía aeromodelismo, y siempre quise vincularlo al agro”, cuenta. Aquel entusiasmo inicial lo llevó a investigar el uso de helicópteros teledirigidos en Japón para aplicar agroquímicos. “Eran controlados por dos personas, uno de cada lado del campo. Lo que me obsesionaba era cómo hacerlo de forma autónoma”. En 2014 presentó su primer prototipo en un congreso del INTA: un helicóptero adaptado por él mismo, que funcionaba con piloto automático. “No existía nada de eso acá”, recuerda.

Hoy Marinelli Technology trabaja en el desarrollo de drones tanto aéreos como terrestres, con foco en aplicaciones agrícolas precisas y adaptadas a las particularidades productivas de Argentina. “Nosotros desarrollamos drones, nos encanta, pero puede ser cualquier otro objeto el que aplique el producto. Lo que nos interesa es la calidad de aplicación”, resume.

Tecnología con lógica agronómica

Si bien la adopción de drones creció exponencialmente en los últimos años, el lider de la empresa advierte que no todo se resuelve con importar equipos. “Muchos vienen de China y no están pensados para nuestros cultivos. Les hacemos ajustes, sobre todo en las barras de aplicación, para mejorar la calidad del trabajo. No se trata solo de volar, sino de entender agronómicamente lo que se está haciendo”.

Según datos que maneja, Argentina es el tercer país del mundo en adopción de tecnología agrícola, pero figura en el puesto 13 en cuanto a desarrollo propio. “Hay mucha capacidad, pero poco registro de propiedad intelectual. Y también muchas trabas. En lugar de pensar a diez años, estamos apagando incendios todos los días”, sostiene.

Un complemento, no un reemplazo

En la práctica, los drones no vienen a sustituir al pulverizador terrestre o al avión, sino a sumar una herramienta. “Hoy un dron puede cubrir entre 10 y 14 hectáreas por hora, mucho menos que un mosquito, que puede hacer 60 o más. Pero en muchas situaciones es lo que permite llegar a tiempo”, explica. “Por ejemplo, un productor al que se le atrasó la aplicación por lluvia o por logística puede resolver 40 hectáreas con un dron y salvar una campaña”.

El modelo más habitual es que los contraten empresas de servicios rurales que ya operan con maquinaria y logística. “El productor lo ve como algo puntual. El contratista lo suma como un complemento”.

Los costos siguen siendo un desafío. Un dron de última tecnología ronda entre 40.000 y 50.000 dólares. A eso se le suma una camioneta, un tráiler, logística y un piloto certificado. “Estamos desarrollando modelos con más de 100 litros de capacidad, para mejorar autonomía y eficiencia. En uno o dos años esperamos que estén listos”.

Normas que llegan tarde

Uno de los mayores obstáculos es el marco regulatorio. “Hoy no podes operar dos drones con un mismo control. Y como no hay legislación específica para drones agrícolas, se los mete en la misma categoría que los aviones. En muchos municipios, si sos aéreo, tenés que aplicar a 2.000 metros de cualquier población, aunque seas un dron de 20 kilos”.

Según Marinelli, no se trata solo de cambiar las reglas, sino de mejorar los controles. “Lo importante no es solo la distancia, sino cómo se aplica. Nosotros trabajamos con sistemas que registran todo: condiciones meteorológicas, dirección del viento, horario exacto, velocidad. Así se puede certificar que el trabajo se hizo bien”.

Innovar también es acompañar

La expansión del mercado de drones trajo consigo una oleada de vendedores y distribuidores, pero no todos ofrecen el soporte necesario. “Muchos llaman diciendo ‘compré un dron, ¿ahora qué hago?’. Algunos ni siquiera son agrónomos. Y la aplicación no depende solo de volar. Hay que calibrar el equipo, conocer la dosis, el tamaño de gota, las condiciones del cultivo”, insiste.

Por eso, desde Marinelli Technology buscan diferenciarse ofreciendo no solo el equipo, sino también el acompañamiento técnico. “La tecnología está. Pero si no va de la mano de capacitación y buenas prácticas, no alcanza”.

Después de más de una década trabajando en el desarrollo de estas herramientas, Marinelli conserva la misma convicción que lo impulsó a construir su primer helicóptero autónomo: que la tecnología tiene sentido si mejora el trabajo en el campo y lo hace más justo y eficiente.

“Nos gusta innovar, claro. Pero no para que sea más complejo, sino para que tenga sentido. El buen desarrollo no es el que vuela más alto, sino el que sirve mejor al productor”.