María Remedios del Valle volvió a ser recordada por estar en el nuevo billete de $10.000 junto a Manuel Belgrano
¿Cuál fue la participación de las mujeres en la historia de la independencia? Si bien no era extraño contar con mujeres en los ejércitos, la mayoría de ellas permanecen en penumbras, en la anonimia. En general, desempeñaban labores de enfermería y de cocina y sólo algunas se destacaron en los frentes de batalla. Y a apenas tres se les reconoció el grado de oficial.
Una de ellas fue María Remedios del Valle, una parda de acuerdo con el sistema de castas vigente, lo cual instituía una desigualdad étnica y cromática que se sumaba a la que se le atribuía por ser mujer. Nació en Buenos Aires a mediados del siglo XVIII y acompañó a su marido e hijos en la primera expedición militar hacia el Alto Perú, dirigida por Juan José Castelli en julio de 1810. Participó en victorias y derrotas, fue herida de bala, tomada prisionera por los realistas y sometida a azotes públicos, según cuentan los testimonios que acompañan su gestión por una pensión para que fueran reconocidos sus servicios prestados. La Sala de Representantes de la provincia de Buenos Aires votó otorgarle el cargo de sargento mayor en 1829, que revistó hasta su muerte en 1847.
En el expediente del inicio del trámite, su asesor relata:
“desde el primer grito de la Revolución tiene el honor de haber sostenido la justa causa de la Independencia, de una de aquellas maneras que suelen servir de admiración a la Historia de los Pueblos […] Quizás recordarán el nombre de la Capitana patriota María de los Remedios […] por alimentar a los jefes, oficiales y tropas que se hallaban prisioneros por los realistas, por conservarlos, aliviarlos y aún proporcionarles la fuga a muchas, fue sentenciada por los caudillos enemigos Pezuela, Ramírez y Tacón, a ser azotada públicamente por nueve días con quien por conducir correspondencia e influir a tomar las armas contra los opresores americanos, y batídose con ellos, ha estado siete veces en capilla : con quien por su arrojo y denuedo y resolución con las armas en la mano, y sin ellas, ha recibido seis heridas de bala, todas graves : con quien ha perdido en campaña disputando la salvación de su Patria su hijo propio, otro adoptivo y su esposo … con quien mientras fue útil logró verse enrolada en el Estado Mayor del Ejército Auxiliar del Perú como capitana; con sueldo, según se daba a los demás asistentes y ha quedado abandonada sin subsistencia, sin salud, sin amparo y mendigando. La que representa ha hecho toda la campaña del Alto Perú; ella tiene un derecho a la gratitud argentina, y es ahora que lo reclama por su infelicidad. Por tanto a V.S. suplica que prévio derechos e informes, sea ajustada y satisfecha y se le otorgue la recompensa que se crea justa a su mérito, si su color no le hace indigna al derecho que le otorga al mérito y a las virtudes”.
El comandante que dirigía el cuerpo en el que María Remedios estaba enrolada junto a su familia, Bernardo de Anzoátegui, declara para sumar a la causa:
“puedo asegurar en obsequio de la justicia que mientras estuvo conmigo se portó con toda honradez, cuidando indistintamente a todos los soldados, cabos y sargentos, remendándolos y lavando su ropa, aún a los oficiales, y en fin, no habrá uno que haya estado en el Ejército del Perú que no le consten los servicios que ha prestado esta infeliz”.
Mientras que Juan José Viamonte, político y militar, quien promueve su causa en el poder legislativo, señala:
“La que representa es singular mujer en su patriotismo. Ella ha seguido al Ejército del Perú en todo el tiempo que tuve al mando de él: salió de ésta con las tropas que abrieron los cimientos a la independencia del país. Fue natural conocerla, como debe serlo, por cuantos han servido en el Perú: la dejé en Jujuy después del contraste del Ejército sobre el Desaguadero. Infiero la[s] calamidades que ha sufrido, pues manifiesta las heridas que ha recibido; no puede negársele un respeto patriótico. Es lo menos que puedo decir sobre la desgraciada María de los Remedios, que mendiga su subsistencia […] Desde el año 1810 hasta 1814, que me hallé en el Ejército del Perú, siempre fueron relevantes los servicios de esta benemérita mujer, así en la asistencia de los heridos y enfermos, como en las guerrillas”.
Hipólito Videla, quien fue hecho prisionero junto a ella, después de la derrota de Ayohuma, también adhiere a los anteriores testimonios:
“Desde el año 1812 conocí a la suplicante en el Ejército del Perú, en el que sirvió hasta caer prisioner[a] en la acción de Ayohuma, en la que también cayó ella, herida de bala; que el ejercicio que tenía allí era servir en los hospitales y animar en las líneas, aún el acto de la lucha, que de este modo fue herida y que es cuanto puede informar en obsequio de la verdad”.
Pero el poder judicial exige documentos que prueben su presencia, y al no hallarse, los cuerpos mismos sirven de prueba:
“Seis cicatrices feroces de bala y sable. Su caro esposo, un hijo y un entenado que han expirado en las filas de los libres”.
Florencia Guzmán, investigadora que documentó el caso, concluye: “las marcas en el cuerpo (tal como sucedía con los/as esclavizados/as que demandaban a sus amos y que nos muestran los expedientes judiciales tanto coloniales como poscoloniales) constituyen su único capital y la materialidad conservada de su participación patriótica y guerrera”.
Viamonte, entonces, manifiesta nuevamente en el Congreso:
“Esta mujer es realmente una benemérita. Ella ha seguido al ejército de la patria desde el año 1810. No hay acción en que no se haya encontrado en el Perú. Era conocida desde el primer general hasta el último oficial en todo el ejército. Ella es bien digna de ser atendida porque presenta su cuerpo lleno de heridas de balas, y lleno además de cicatrices de azotes recibidos de los españoles enemigos y no se la debe dejar pedir limosna como lo hace. […] Yo no hubiese tomado la palabra porque me cuesta mucho trabajo hablar, si no hubiera visto que se echan de menos documentos y datos. Yo conocí a esta mujer en la campaña al Alto Perú y la conozco aquí; ella pide ahora limosna; porque después de esa vida durante tantos años, herida y maltratada, no podía trabajar naturalmente”.
Tomás M. de Anchorena, secretario de Manuel Belgrano en la campaña al Alto Perú, también toma la palabra en esta ocasión:
“Yo me hallaba de Secretario del General Belgrano cuando esta muger estaba en el Ejército, y no había acción, en que ella pudiera tomar parte que no tomase, y en unos términos que podía ponerse en competencia con el soldado más valiente; admiraba al general, a los oficiales, a todos cuantos acompañaban al ejército y en medio de este valor tenía una virtud a prueba y presentaré un hecho que la manifiesta. El general Belgrano creo que ha sido el general más riguroso: no permitía que siguiese ninguna muger al ejército; y esta era la única que tenía facultad para seguirlo. Al pasar por la ciudad de Salta, teniendo que atravesar el río del Pasage […] el ejército dejó una división allí sin más objeto que contener entre los bosques de aquellos contornos, a las mugeres que seguían siempre al ejército y contenerlas allí para evitar que pasasen, menos a María Remedios del Valle […] Era el paño de lágrimas, de todos aquellos jefes y oficiales y demás individuos a quienes pudiera servir sin el menor interés. Yo los he oído a todos, a voz pública hacer elogios de esta mujer por esa oficiosidad y caridad con que cuidaba a los hombres en la desgracia y miseria en que quedaban después de una acción de guerra: sin piernas unos, y otros sin brazos, sin tener auxilios ni recursos para remediar a sus dolencias. De esa clase era esta muger. Si no me engaño, ese título de Capitana del ejército se lo dio el General Belgrano. No tengo presente si fue en Tucumán o en Salta, que después de esa sangrienta acción que entre muertos y heridos quedaron 700 hombres sobre el campo, oí al mismo Belgrano ponderar la oficiosidad y el esmero de esta mujer en asistir a todos los enfermos que ella podía asistir […] Una muger tan singular como ésta entre nosotros debe ser el objeto de admiración de cada ciudadano, y adonde quiera que vaya de ellas debía ser recibida en brazos y auxiliada con preferencia a un General”.
Al finalizar la sesión se aprobó unánimemente su reconocimiento como capitana de infantería y la pensión correspondiente, a lo cual se le sumaron confeccionar una biografía y mandar a hacer un monumento. Sin embargo, estas propuestas no hallaron su curso.
Durante el mandato de Juan Manuel de Rosas como gobernador de la provincia de Buenos Aires se le reconoció el grado de sargento mayor retirada y, desde ese momento, adoptó el apellido Rosas en las listas.
Años más tarde, otros militares recuperan su figura. Entre ellos, Gregorio Aráoz de Lamadrid, en sus memorias redactadas en 1841, recuerda:
“Es digno de trasmitirse a la historia una acción sublime que practicaba una morena, hija de Buenos Aires llamada tía María y conocida por madre de la Patria, mientras duraba este horroroso cañoneo como a las 12 del día 14 de noviembre y con un sol que abrasaba. Esta morena tenía dos hijas mozas y se ocupaba con ellas en lavar la ropa de la mayor parte de los jefes u oficiales, pero acompañada de ambas se la vio constantemente conduciendo agua en tres cántaros que llevaban a la cabeza. Desde un lago o vertiente situado entre ambas líneas y distribuyéndola entre los diferentes cuerpos de la nuestra y sin la menor alteración”.
Mientras José María Paz, en sus memorias escritas en 1848, anota:
“Allí reaparece en su memoria el accionar valiente de ‘María’, la ‘Madre de la Patria’, quien, junto a sus dos hijas, en el medio del intenso cañoneo realista llevaba cántaros de agua en la cabeza y les acercaba a los soldados de la línea patriota. Una célebre parda, creo llamada María, que seguía al ejército nuestro, no recuerdo si con una ó dos hijas, y que le llamaban la madre de la patria y que ha muerto aquí en Buenos Aires no hace muchos años, andaba con sus hijas entre las balas de cañón enemigo, arreando agua en ´cantaros a la cabeza y alcanzándola a los cuerpos de nuestra línea, por más de media hora que duró el cañoneo”.
Bartolomé Mitre retoma estas memorias que lo anteceden en la historia de Manuel Belgrano, publicada en 1857, donde cristaliza la imagen iconográfica que luego será canonizada por la didáctica de “Las niñas de Ayohuma”:
“Nunca se ha hecho un elogio más grande de las tropas argentinas, y merece participar de él una animosa mujer de color, llamada María, a la que conocían en el campamento patriota con el sobrenombre de Madre de la Patria. Acompañada de dos de sus hijas con cántaros en la cabeza, se ocupó durante todo el tiempo que duró el cañoneo, en proveer de agua a los soldados, llenando una obra de misericordia como la Samaritana, y enseñando a los hombres el desprecio a la vida”.
Así como Bartolomé Mitre retoma representaciones pasadas, también lo hará el pintor Grillo Castro en pleno siglo XX, quien representa a María Remedios del Valle mendigando en el atrio de la Iglesia de Santo Domingo. Emeric Essex Vidal a principios del siglo XIX y Carlos Enrique Pellegrini, a mediados de ese mismo siglo, en un tono costumbrista, realizan dos acuarelas con Santo Domingo como marco. Desconocemos a quiénes eligen representar estos dos artistas, pero Grillo Castro sí manifiesta a quién coloca en el centro de la escena. Desgarbada y cabizbaja, rodeada por la indiferencia de las damas y caballeros que asisten a misa, allí está María Remedios del Valle, mendigando para sobrevivir, previo a que iniciara acciones para ser revindicada.