El agua, elemento indispensable para la vida en nuestro planeta, tiene su día propio: el 22 de marzo. Fecha propuesta por las Naciones Unidas para llamar la atención sobre la importancia del agua dulce y promover su cuidado como recurso. “No dejar a nadie atrás” es el lema elegido para este año.
¿Cómo podemos hacer para proteger el agua de ríos y lagunas? ¿Cuán grave es el problema ambiental que genera la contaminación por plástico? ¿En qué situación se encuentra el Río Paraná, uno de los ríos más largos y caudalosos del mundo? Martín Blettler, investigador adjunto del CONICET en el Instituto Nacional de Limnología (INALI, CONICET–UNL), comparte algunos de sus conocimientos sobre el tema e invita a la reflexión y a la acción.
Desde 2016, su grupo de investigación lleva adelante estudios que han arrojado resultados preocupantes: detectaron un alto índice de contaminación por plástico en los cursos de agua del Paraná, la Laguna Setúbal, cercana a la ciudad de Santa Fe, y en cauces cercanos. “Las botellas y otros residuos plásticos son extremadamente abundantes; sin embargo como sociedad aún no vemos el problema en su total magnitud y no lo asociamos con lo que realmente significa”, manifestó Blettler cuyo estudio arrojó una media de casi 100 botellas por kilómetro sobre las márgenes del río.
En términos generales, el investigador supone que gran parte de la sociedad no le presta tanta importancia a la contaminación por plástico porque no asocia este material con basura: “Esto lo sabemos mediante un estudio que estamos realizando en nuestro laboratorio en el marco de una tesis posdoctoral que incluye, entre varias temáticas, encuestas a pescadores artesanales”, explicó el científico. “Ellos ven los plásticos flotando pero no lo relacionan con algo negativo o de gran impacto. Pareciera que la contaminación se asocia solamente con la química y otra cosa diferente es la basura que se ve flotando”.
Lo que se ve y lo que no
Los investigadores también han detectado grandes cantidades de microplástico. La acción de los rayos UV, la fricción del agua y la arena, entre otros factores, degradan el macroplástico; lo fragmentan y lo transforman en microplástico de origen secundario. Esto quiere decir que antes fue otro producto ‒por ejemplo botellas, bolsas plásticas y restos de telgopor‒ y que se ha reducido o desgastado hasta fragmentos menores a 5 mm.
“Al microplástico lo hemos encontrado en cantidades alarmantes —advirtió Blettler—. Comparado con otros estudios internacionales, estamos superando todos los límites”. Sin embargo, el científico también reconoce que en algunos lugares lo han encontrado en proporciones menores. “Si bien la distribución es heterogénea, en algunos lugares hemos tenido que contar dos veces porque nos ha parecido inadmisible la cifra encontrada: en algunos sectores alcanza las 35.000 partículas por metro cuadrado”.
“En la actualidad, lamentablemente no existe una tecnología que permita quitar esos microplásticos del ambiente. Con los residuos más grandes, podemos organizar campañas de limpieza o podemos evitar que ingresen nuevos residuos al río haciendo mejores tratamientos de los residuos sólidos. Pero el microplástico que está hoy no lo podemos sacar y vamos a tener que convivir él en los próximos años”.
Por otro lado, los científicos están analizando cuánto impacta este problema en la biota. “Hemos encontrado evidencias de microplástico en peces, es decir que lo están ingiriendo. El principal efecto negativo de los plásticos en la salud de los peces es el bloqueo intestinal, la disminución de la reproducción y un debilitamiento general que los hace más vulnerables frente a los depredadores”, sostuvo. Por otro lado, advirtió que la biota también puede sufrir potencialmente efectos tóxicos, cuyo alcance aún se desconoce, porque muchos plásticos liberan sustancias tóxicas, como plaguicidas y metales pesados.
La solución al problema, una responsabilidad compartida
“Cuando comenzamos a estudiar estos temas, nos topamos con un problema que requería un abordaje interdisciplinario”, contó el especialista en ciencias ambientales. “La contaminación por residuos plásticos es consecuencia del bajo costo de producción de productos plásticos descartables y de su consumo masivo. Por lo tanto hay aspectos sociales, culturales y económicos involucrados”, observó. Por ende, este tipo de contaminación no es solo un problema ambiental (de pérdida de biodiversidad), de salud humana o estético, sino que además produce fuerte impacto negativo a nivel económico y social al provocar daños en varias fuentes de riqueza, como puede ser el turismo o la pesca, por ejemplo.
“El componente cultural juega un papel clave desde que adoptamos un modo de vida que continuamente demanda saciar nuestra voracidad por los plásticos. Lamentablemente, somos parte de una sociedad caracterizada por “usar-y-tirar” (throw-away society); esto sumado a nuestro bajo compromiso ambiental y a los deficientes sistemas de tratamiento de residuos con los que contamos explica la alta contaminación encontrada en nuestros estudios”.
Desde el punto de vista legal, los científicos están trabajando con varias ONG y funcionarios públicos el concepto de responsabilidad compartida: “Cada vez que realizamos un trabajo de recolección, limpieza o muestreo, registramos las marcas comerciales de los envases que encontramos. Entonces, entre todos deberíamos ejercer presión social para exigirles a esas empresas que se hagan cargo, en forma compartida, del deshecho de esos productos. Si una empresa determinada tiene la libertad de elegir qué envase utilizar para un determinado producto, también es responsable por el destino final de ese envase”.
Blettler contó que, en la provincia de Santa Fe, se está por presentar un proyecto de ley para incorporar estos aspectos de responsabilidad compartida en el manejo de los residuos sólidos urbanos y que él y otros colegas fueron convidados a trabajar en su borrador.
Con miras a futuro
La contaminación por plásticos es un fenómeno evidente, por lo que ofrece una cierta “ventaja”: es posible concientizar de manera sencilla a la población de su responsabilidad frente al problema. “Esos mismos productos que todos consumimos a diario, luego los vemos contaminando nuestros cursos de agua”, resumió Bettler. “En ese sentido, y sin dejar nunca de lado nuestra actividad científica, hemos ido adoptando roles propios de activistas mediante acciones de difusión y concientización popular”.