“Como productor, me siento orgulloso de los cambios tecnológicos producidos. Decirle a mi abuelo que íbamos a pasar del arado a la siembra directa fue todo un desafío que tuvimos las generaciones disruptivas que hoy formamos parte de esa transformación”, aseguró Pedro Vigneau, presidente de Maizar y moderador del panel del que formaron parte Juan Farinati, CEO de Bayer Cono Sur; Alejo Dantur, jefe de Sustentabilidad de ACA; Andrés Costamagna, coordinador de Sostenibilidad de la Sociedad Rural Argentina (SRA), y Jorge Hilbert, asesor internacional del INTA.
Recién llegado de Europa, donde recorrió con un grupo de productores argentinos instalaciones para la generación de energía y de biofertilizantes a partir de efluentes, Hilbert destacó las ventajas que tiene la Argentina en este camino. “Somos productores de biomasa, que tiene dos características: poca densidad energética y alta dispersión geográfica, lo que la convierte en un negocio de logística de transporte. La bioenergía se constituye en la iniciadora y facilitadora de una transición a la economía circular ligada a la bioeconomía”, sostuvo el asesor del INTA.
En un mundo que demanda cada vez más mitigar el impacto ambiental, la Argentina se enfrenta, dijo Hilbert, a una reducción de las emisiones que puede hacerse muy rápido o más lentamente, a la espera de que nuevas tecnologías contribuyan al proceso. “Diferentes velocidades de descarbonización conducirían a diferentes emisiones acumulativas y, por lo tanto, a diferente cantidad de calentamiento, incluso si se alcanza el cero neto al mismo tiempo”, señaló.
El especialista se mostró convencido de que la Argentina puede producir, con el agro, combustible de emisión negativa, además de contribuir de manera más eficiente a la producción de alimentos. “El alimento que genera con el maíz una fábrica de bioetanol nos permite tener el doble de proteína que en su versión original en grano, además de más barato”, comparó.
Para Hilbert, en los últimos años el país no ha tomado buenas decisiones en cuanto a su matriz energética, con una apuesta a los combustibles fósiles que incluye subsidiarlos: “Este año podemos llegar a importar 11.000 millones de dólares, cuidando la mesa de Estados Unidos y de Qatar”, ironizó.
Con la producción de alimentos como uno de sus dos negocios principales (el otro es la salud), Bayer tiene su estrategia de sustentabilidad bien definida. “Contribuimos con la provisión de semillas, protección de cultivos y herramientas digitales para que los productores puedan generar alimentos de la manera más eficiente”, sostuvo Farinati.
Un dato contundente sobre la contribución de la tecnología a la sustentabilidad es que, veinte años atrás, el 100% del breeding era mediante ensayos a campo; hoy, es solo el 2%, el resto es por vía digital. “Estamos en un sector que está en plena transformación”, destacó el ejecutivo de la firma alemana.
Farinati dijo que el gran desafío es producir más y mejor, y que la potencialidad ambiental de la Argentina está en el camino correcto. “El agricultor es innovador por naturaleza y adopta tecnología de manera rápida, el desafío es trabajar como cadena integrada”.
La decisión de los productores de ir hacia un modelo más sustentable tiene su correlato en las entidades que integran. Ese es el caso de la Sociedad Rural Argentina (SRA), que ya cuenta con una Comisión de Sostenibilidad. “El sector agropecuario, a diferencia de otras actividades productivas, es el único que no solo reduce las emisiones, sino que puede remediar; el resto solo puede reducir”, diferenció Andrés Costamagna, coordinador de Sostenibilidad de la SRA. De hecho, indicó, el agro es el único sector en el país que redujo sus emisiones de efecto invernadero desde 1990. “Lo hacemos gratis y no lo queremos hacer más gratis. La industria, la energía y los residuos aumentaron sus emisiones de gases. Aquí también subsidiamos al resto de la economía”, planteó.
A la hora de medir y comparar, Costamagna ponderó la tarea de la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) y de Maizar. “Se logró bajar la emisión del maíz, y ahora se está midiendo en fertilizantes y en la ganadería”, señaló.
“La Argentina tiene gran potencia ambiental. El inventario de bosques registra 53,6 millones de hectáreas, 36,9 millones de hectáreas de reservas, de las cuales 39% son privadas, y 126 millones de hectáreas de pastizales, la mitad para ganadería”. Un total de 216 millones de hectáreas generando servicios ecosistémicos, frente a unos 33 millones de hectáreas agrícolas. "Estos números nos dan una relación de 5 hectáreas por cada hectárea productiva como potencia ambiental”, razonó Costamagna.
Las empresas privadas también trabajan en el eje de la sustentabilidad. Uno de los casos es el de la Asociación de Cooperativas Argentinas (ACA), que tiene el concepto de lo ambiental arraigado en toda su estructura productiva: recupera el plástico, produce bioetanol y energía, tiene acopios con certificación ambiental, además de esquemas de producción primaria sustentables. “La nueva área de sustentabilidad ambiental tiene como objetivo aportar nuevos conceptos a la organización. Un compromiso con el medio ambiente, con la producción primaria sustentable, donde buscamos fortalecer el uso de herramientas tecnológicas, seguir creciendo en la adaptabilidad al cambio climático y generar las condiciones de transformación, además de medir y mitigar la huella de carbono, desde el campo hasta la puerta del cliente”, resumió Alejo Dantur, jefe de Sustentabilidad de ACA. Todo en línea con las políticas corporativas y el Acuerdo de París de 2015.
Una de las naves insignia de la cooperativa es su planta elaboradora de bioetanol en base de maíz: ACA Bio, instalada en Villa María. “Estamos con un programa para procesar 250.000 toneladas de maíz sustentable, que para el productor tiene un plus adicional de precio de entre 3 y 5 dólares por tonelada”, indicó Dantur. Para ingresar como proveedor, el maíz tiene que cumplir algunos requisitos ambientales: no haber salido de un lote deforestado después de 2008; compartir con la empresa los registros para medir la huella de carbono del lote, y la documentación para poder certificar ese lote. Ese maíz tiene una huella de carbono que es la mitad de la exigida por Europa.
“Hay mucho por hacer, pero tenemos todas las herramientas. Debemos ser parte de la acción, no solo por escrito. Las organizaciones son parte de ese compromiso y tienen la obligación de hacerlo desde hoy, no a futuro”, sostuvo Dantur.