Agricultura

Ciencia e innovación en el cultivo de maíz

Lucas Borrás es investigador independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). En la mitad de la carrera de Agronomía -Universidad de Buenos Aires- hizo una pasantía en una empresa de semillas, donde se dio cuenta que le interesaba la investigación, específicamente la genética. Se recibió...

Lucas Borrás es investigador independiente del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). En la mitad de la carrera de Agronomía -Universidad de Buenos Aires- hizo una pasantía en una empresa de semillas, donde se dio cuenta que le interesaba la investigación, específicamente la genética. Se recibió de agrónomo y realizó un doctorado en Ciencias Agropecuarias con una beca del CONICET. En 2004 se mudó a California, Estados Unidos, donde se desempeñó en una empresa de semillas. Luego trabajó en la Universidad de Iowa, EE.UU. por cuatro años. A fines de 2008 regresó a Argentina a través del Programa Raíces, y actualmente se desempeña en  el Instituto de Investigaciones en Ciencias Agrarias de Rosario (IICAR, CONICET-UNR), en la localidad de Zavalla -25 kilómetros al suroeste de la ciudad de Rosario-.
Cuando regresó a Argentina no tenía oficina, mesada de laboratorio, camioneta para ir al campo, equipo de riego, sembradora. Pero vislumbró un futuro prometedor en su área de investigación: “El puesto de trabajo en un lugar como Rosario que está al lado del puerto exportador en el centro de la parte más productiva de la Argentina tenía un potencial bárbaro”, explica Borrás.
Y agrega: “Hoy después de ocho años tenemos muchas cosas. Esa infraestructura se ha ido generando con fondos del estado y convenios de vinculación tecnológica con empresas privadas”. Basta con entrar al laboratorio y ver parte del equipamiento: cámara fría para guardar semillas, grupo electrógeno, equipo HPLC, centrífugas y balanzas varias, estufas para ver materializado el esfuerzo.
En Estados Unidos siempre siguió ligado al sistema de producción. Por eso, sus proyectos actuales están relacionados a la resolución de problemas prácticos del sistema agropecuario. “No hay ningún proyecto que no tenga una aplicación casi inmediata. Hacemos lo que hoy la industria está necesitando”, afirma el doctor en Ciencias Agropecuarias.
Investigación y transferencia inmediata
Las principales líneas de investigación del laboratorio tienen que ver con distintos tipos de manejos de maíz, soja y sorgo: qué prácticas de manejo tiene que realizar el productor para optimizar el uso de insumos para mejorar el rendimiento y la calidad del producto final.
El grupo de trabajo está conformado por cuatro investigadores y diez becarios doctorales. Durante el verano tienen entre dos y cinco pasantes rentados que ayudan con la toma de datos.
“El productor agropecuario tiene que decidir para cada lote que cultivo va a hacer, y después, para cada cultivo, tiene que definir algunas prácticas de manejo básicas: fecha de siembra, densidad, qué genotipo siembra, qué fertilización pone, si utiliza un fungicida o no. En los últimos años hemos trabajado fuertemente en lo que es fecha de siembra. Tradicionalmente el maíz se sembraba en septiembre, octubre. En la actualidad más de la mitad del maíz se siembra en diciembre. Eso ha llevado a optimizar prácticas de manejo para esta nueva situación. Por ejemplo, elección de genotipos para estas fechas nuevas. En función de eso testeamos que variables de manejo tiene que modificar el productor al cambiar la fecha de siembra”, explica Borrás.
Por ejemplo, el maíz Plata Argentino de color rojo y consistencia dura –tipo flint- es reconocido internacionalmente por su calidad para determinados productos finales como los copos de desayuno. “Realizamos muchas investigaciones para apuntalar este maíz porque la industria lo sigue requiriendo para productos premium, o de alta calidad. Trabajamos fuertemente en buenas prácticas agrícolas y en elección de genotipos para maximizar la calidad del producto final. El mejoramiento de los granos y el manejo que realizar el productor repercute en los productos que llegan al supermercado”, sostiene el investigador. Argentina es el único proveedor mundial de este maíz, y genera ingresos por más de 100 millones de dólares anuales.
Desde fines de 2008 hasta la actualidad cuentan con más de treinta convenios con empresas: a veces son servicios de análisis de datos o de testeo de un producto. Hay otros en donde se sientan a ayudarles a los productores a diseñar experimentos adecuados para resolver problemáticas que tengan que ver con maíz, soja y sorgo. “Siempre dentro del marco de buenas prácticas agrícolas, de sustentabilidad del sistema productivo”, afirma Borrás.
Y sostiene que: “Hay que entender que el sistema de producción de Argentina es muy sustentable cuando uno lo compara con el de otros países. Casi todo toda la producción está bajo siembra directa, es decir, hay una remoción y erosión del suelo mínima, y a su vez, el uso de fertilizantes es mínimo comparado con otras regiones del mundo. Usamos poco fertilizante de manera eficiente, y a su vez, no se riega. La región central argentina está basada en lluvias naturales. Por lo tanto, no hay que gastar energía para regar los cultivos”.
Docencia e investigación: un círculo vicioso positivo
Borrás también es docente en la materia “Manejo de cultivos extensivos” en la Facultad de Ciencias Agrarias de la Universidad Nacional de Rosario. “La investigación que hacemos en el grupo de trabajo impacta en lo que comunicamos en el aula, tanto en el grado como en el posgrado. El investigador siempre tiene que hacer docencia, ya sea formando becarios o alumnos de grado como en Agronomía. Hoy tengo tres becarios del CONICET: uno trabaja en calidad de granos para molienda seca, otro en optimización de manejo de maíz temprano y tardío. El tercer becario trabaja en una empresa en Venado Tuerto y se especializa en girasol”, explica.
Según el investigador, estar cerca de los alumnos permite extender los resultados a la parte de las aulas y facilita la búsqueda de nuevos becarios que estén interesados en resolución de problemas como los que tienen en el IICAR. “Es un círculo vicioso positivo”, sostiene el investigador que tiene más de 40 publicaciones internacionales referidas a manejo y eco-fisiología de los cultivos de maíz, soja y sorgo.
Su equipo de investigación fue conformado en principio por un par de agrónomos, pero en función de los proyectos que surgieron necesitaron incorporar personas de otras disciplinas. “En los últimos años se sumó gente con habilidades en genética y personas del área de procesamiento de alimentos. Tenemos proyectos que tienen que ver con la industria procesadora de granos: soja o maíz. Ser un grupo multidisciplinario nos da habilidades en el momento de resolver temas prácticos que es lo que la industria muchas veces requiere”.
Más allá del laboratorio
Borrás y su equipo traspasa las paredes del laboratorio no solo en casos de transferencia: realizan reportes de extensión al sacar notas en revistas que llegan a los productores, brindan charlas a grupos de productores sobre buenos manejos en prácticas agropecuarias. Además, organiza jornadas de extensión una vez por año. “El año pasado hicimos una jornada de manejo de maíz flint –que se exporta a Europa- y asistieron 280 productores. Allí proveedores de insumos, exportadores, parte de la industria procesadora nacional e internacional, y productores dieron su punto de vista para optimizar la cadena en su conjunto”. El objetivo principal es generar información confiable y útil, para tomar decisiones y definir estrategias productivas.
Después de casi nueve años de haber regresado al país, Borrás no se conforma y mira para adelante. “Los desafíos son que el grupo de trabajo crezca más allá de mi, que sea algo sustentable en el tiempo y no dependa de una o dos personas. Eso es algo importante para el laboratorio. Siempre hay preguntas nuevas, dificultades en el sistema de producción, algo que limita a la producción y está bueno estar abierto a contestar preguntas diversas”. Hoy mira para atrás y piensa que no era una idea vana, era una realidad. “Eso se nota en cómo hemos crecido y como nos hemos relacionado con el sistema productivo”.
Y concluye: “La importancia del CONICET y las universidades dentro del área de producción es relevante. El sistema de producción argentino de granos es muy dinámico porque tiene una parte muy fuerte de ciencia detrás. Hay muchos científicos dentro del sistema agropecuario apoyando a los productores, a la industria”.

El Grupo de Investigación en Manejo y Utilización de Cultivos Extensivos (GIMUCE) está conformado por cuatro investigadores: Lucas Borrás, Brenda Gambín, José Rotundo y José Gerde, y diez becarios doctorales: Gabriel Santachiara, Lucas Abdala, Lucas Vitantonio, Guido DiMauro, Lina Bosaz, Gonzalo Parra, Ana Carcedo, Matías DeFelipe, Nancy Caballero Rothar y Federico Gonzalez.

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