El girasol vuelve a ocupar un lugar muy importante en la agricultura argentina. Las proyecciones superan las 2,7 millones de hectáreas sembradas para la próxima campaña 25/26 y una producción cercana a los 6 millones de toneladas, posicionando a este cultivo nuevamente en el centro de la escena productiva.
Las razones de este resurgimiento son múltiples, pero hay una que sobresale: la rentabilidad esperada. En un contexto donde los márgenes de otros cultivos se ajustan, el girasol se consolida como una alternativa sólida, estable y previsible. Su ecuación económica más eficiente, combinada con costos contenidos, demanda continua con mejores precios y un esquema impositivo más favorable —menores derechos de exportación—, genera un impacto directo en el área de siembra y ofrece mejores resultados para la producción primaria.
En el plano internacional, el escenario también juega a favor. Si bien la Argentina no define los precios globales de este producto y sus derivados —marcados por lo que sucede en la región del Mar Negro, principalmente en Rusia y Ucrania—, el país cumple un rol clave como principal oferente del hemisferio sur. En un mundo de alta volatilidad geopolítica, nuestra producción se consolida como un origen confiable de abastecimiento.
El conflicto en Europa del Este y las condiciones climáticas adversas en esa zona redujeron la oferta global y fortalecieron las cotizaciones del aceite, producto que marca el pulso del negocio girasolero. En ese contexto, Argentina emerge como el mejor “plan B” del mercado mundial, con capacidad para responder cuando los grandes exportadores enfrentan dificultades productivas o logísticas, asegurando abastecimiento, productos de alta calidad y valor agregado.
A diferencia de lo que ocurría hace una década, hoy existe un mercado más transparente y competitivo localmente, con múltiples compradores de primera línea y una industria aceitera local en crecimiento. Las inversiones en molienda y exportación de aceite refuerzan el dinamismo de la cadena, generando competencia, mejores condiciones comerciales y nuevas oportunidades para el productor.
Adicionalmente, los mercados internacionales elevan sus estándares en trazabilidad y sustentabilidad. Los compradores exigen cada vez más información sobre el origen, las prácticas agrícolas y la huella ambiental de los productos. En este sentido, la Argentina está muy bien posicionada: cuenta con tecnología, sistemas de certificación y procesos que garantizan calidad y transparencia a lo largo de toda la cadena.
De cara a los próximos años, el desafío será mantener esta competitividad y consolidar al girasol como un cultivo estratégico dentro del esquema productivo nacional. La articulación entre productores y la cadena de valor en general, compañías de insumos y semilleros, distribuidores e industria será clave para sostener la innovación, la eficiencia logística y así diferenciarnos con un mejor producto para el mercado local y global.
Por Santiago del Carril, Gerente General de ADBlick Granos
