Las inundaciones que afectan a miles de hectáreas y productores de todo el país, lógicamente generan la necesidad de buscar culpables a estos fenómenos y, algunas voces, intentan ubicar a la siembra directa en el lote de los factores causales.
Sin embargo, la Asociación Argentina de Productores en Siembra Directa (Aapresid) asegura que, por el contrario, este método es más beneficioso que la labranza tradicional; una postura que es apoyada por el Instituto Nacional de Tecnología Agropecuaria (Inta).
En un artículo difundido por Inta informa destinado a recomendar el cambio de modelo productivo, aumentando la rotación de cultivos y la incorporación de gramíneas, también se desmitifica la idea de que la siembra directa aumenta el riesgo de inundaciones cuando ocurren altos niveles de precipitaciones.
“La siembra directa es un sistema que tiende a la preservación del suelo”, afirma el informe, que cita un estudio llevado adelante en el Inta Manfredi durante 18 años, que se enfocó en los efectos de diferentes sistemas de labranza y secuencias de cultivo.
Entre las principales conclusiones de la investigación, una de las autoras del informe y especialista en manejo de suelos, Carolina Álvarez, detalló: “La siembra directa, junto con una rotación de cultivos con alta frecuencia de gramíneas y una fertilización balanceada, crea las mejores condiciones para la captura de carbono, que se traduce en incrementos en rendimiento y en aportes de residuos (rastrojos) al suelo”.
En tanto, Miguel Taboada, director del Instituto de Suelos del Inta, completó: “Si se estuviera haciendo labranza tradicional, usando discos como hace años, estas tormentas con grandes caídas de agua hubieran generado inundaciones más graves y con fuertes escorrentías cargadas de sedimentos”.
Según Taboada, “si bien, la siembra directa no soluciona el tema de las inundaciones, sin duda contribuye a reducir la erosión”.
Para los técnicos del Inta, suelos cubiertos de verde es la estrategia productiva que debe seguirse para atenuar el impacto de temporales que descargan grandes volúmenes de agua en poco tiempo. Se refieren concretamente a la necesidad de incrementar la cantidad de gramíneas sembradas y el tiempo que permanecen en los campos, tanto en invierno como en verano.
Pablo Mercuri, director del Centro de Investigación de Recursos Naturales (CIRN) del Inta, aseguró: “Del pastizal natural y monte nativo pasamos a un uso del territorio sin análisis de los riesgos hidrológicos, con escasas redes de monitoreo y alerta y con muy poco desarrollo de la infraestructura necesaria para adaptarnos a la variabilidad del clima”.
Por ello, desde el Inta recuerdan la necesidad de que los cultivos de invierno como trigo, cebada o centeno sean parte de los planteos agrícolas, porque poseen un sistema de raíces en cabellera y fibroso que favorece la formación de agregados y poros biológicos. “Tanto la soja como el girasol tienen un sistema muy pobre de raíces y dejan pocos residuos en el suelo”, comparó Taboada.
De acuerdo con el especialista, “es fundamental incrementar la cantidad de gramíneas tanto de invierno como de verano en las rotaciones”. Y agregó: “El problema no es la siembra directa o la soja, sino la forma en la que estamos produciendo este cultivo, sin combinarlo con rotaciones o cultivos de cobertura”.