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Con contrastes, cierra la cosecha de aceitunas en La Rioja y se espera récord de producción

La cosecha de aceitunas en La Rioja llega a su cierre con la proyección de un récord de 180.000 toneladas, con supremacía de las nuevas variedades, lo que ocupó a unas 10.000 personas para la recolección manual de las variedades para mesa, mientras que las maquinarias recogieron los...

La cosecha de aceitunas en La Rioja llega a su cierre con la proyección de un récord de 180.000 toneladas, con supremacía de las nuevas variedades, lo que ocupó a unas 10.000 personas para la recolección manual de las variedades para mesa, mientras que las maquinarias recogieron los frutos que necesita la industria aceitera.

Desde la fiesta de La Chaya, en febrero, se viven tiempos de cosecha en la provincia, pero con tensiones entre la vieja y la nueva olivicultura.

Los añosos árboles de la variedad autóctona, ubicados sobre todo en las fincas pequeñas de los productores tradicionales, ya casi no tienen mercado y por eso valen poco.

Mientras los productores más chicos reclaman subsidios para poder recolectar las frutas Arauco que todavía cuelgan de los olivos, el gobierno provincial anuncia una cosecha récord de 180.000 toneladas, con supremacía de las nuevas variedades.

Es el 40% de la producción nacional, que también proviene de Mendoza, San Juan y Catamarca, y que según los datos oficiales, en La Rioja hay unas 27.000 hectáreas.

La producción de unas 2.500 de esas hectáreas va a parar a la inmensa planta de Olives SA, una de las principales productoras de aceitunas de mesa que compra el 70% de la materia prima en Tinogasta, Chilecito y hasta de Catamarca.

Las frutas llegan a la fábrica ni bien se cosechan y lucen un intenso verde. Las negras nacen en el mismo árbol y vienen mezcladas: son aquellos granos que se pasaron de madurez y tomaron ese color.

Olives SA nació en 2010, cuando entró en crisis la gran empresa regional, la de José Nucete, considerado el padre de la olivicultura moderna.

Como todo el sector, es una empresa enfocada sobre todo al mercado externo, donde coloca 90% de su producción. Como tal, es sumamente dependiente de los humores de Brasil, el principal cliente, y del tipo de cambio.

"El dólar está retrasado y en esta actividad todos los costos están dolarizados", dice Roberto Ochotorena, su presidente, una referencia cambiaria que se puede escuchar en la mayoría de las empresas del sector.

El agrónomo Gustavo Banchero, titular de la Cámara de Productores Olivícolas, entre muchos otros factores que hacen que no sea tan buen negocio producir olivo enumera la falta de créditos, los altos costos del flete y, sobre todo, las nuevas tarifas eléctricas.

En La Rioja el 90% de los olivares dependen del agua para riego que extraen del subsuelo enormes bombas lo que convierte a las empresas en electro-dependientes, como resalta Banchero, que también menciona como otro costo relevante el de la mano de obra.
Un buen zafrero puede llenar de 25 a 30 cajones de 20 kilos de fruta cada jornada. Por eso se necesitan más o menos 20 jornales por cada hectárea. En la soja, apenas 0,5.

Esta temporada por la aceituna de mesa se está cobrando lo mismo que el año pasado, unos 50 o 60 centavos de dólar por kilo, pero los ingresos en pesos del productor casi no crecieron debido a la estabilidad de la divisa.

Las variedades que se destinan a la fabricación de aceite valen algo menos, unos u$s 0,35 por kilo, pero los costos son mucho menores y los valores externos del aceite de oliva están subiendo por problemas en España y se ubican por arriba de u$s 4.000 por tonelada.
Hace unos meses, pare evitar que muchos productores queden fuera del sector, el Ministerio de Planeamiento e Industria de La Rioja puso en marcha un "cluster", un espacio multisectorial para plantear políticas que apuntales esta actividad, una de las pocas fuentes de ingresos genuinos que tiene esta provincia de 300.000 habitantes.

El responsable de esa cartera, Rubén Galleguillo, dice que ese trabajo conjunto permitirá ganar una competitividad sistémica que evite tan alta dependencia hacia variables, como el tipo de cambio, que no pueden ser administradas por los propios riojanos.

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