
En un año atravesado por la volatilidad económica y tensiones geopolíticas, la industria global del vino muestra señales de transformación profunda. Los resultados del IWSC 2025, publicados el 16 de septiembre, revelan que la supremacía histórica de Europa y Australia cede espacio a un escenario multipolar que, según proyecciones de la Organización Internacional de la Viña y el Vino (OIV), podría sumar hasta US$ 50.000 millones en exportaciones adicionales hacia 2030.
El mercado, que en 2024 movió cerca de €350.000 millones con fuerte concentración en Francia, Italia y España, comienza a democratizarse gracias a innovaciones tecnológicas, el impacto del cambio climático y la expansión de nuevos polos productivos.
Los tintos sorprendieron con chardonnays japoneses de alta gama, el avance de Canadá en icewines y el renacer de Georgia con sus vinos naranjas y saperavis de guarda. Inglaterra se consolidó en espumosos y amenaza al histórico Champagne, mientras países como México, Moldavia, Ucrania o incluso Myanmar suman preseas en categorías que hasta hace poco parecían exclusivas de las grandes potencias.
En blancos, Francia y Australia mantienen liderazgo en calidad-precio, mientras Austria y Japón se animan a competir con vinos naranjas, y los rosados ingleses expanden un mercado global de €3.000 millones.
Más allá del prestigio, la diversidad se traduce en resiliencia económica: desde la vendimia anticipada en climas cálidos hasta la adaptación a sequías, la vitivinicultura global explora nuevos caminos para garantizar frescura, competitividad y sustentabilidad. El vino, más que una bebida, emerge como un activo estratégico en la economía del placer sostenible.