El organismo, en un comunicado, señaló que estos controladores biológicos buscan reemplazar determinados productos que comenzaron a utilizarse en la década del 70 para controlar plagas en cultivos agrícolas en base al bromuro de metilo, del que existen constancia de su toxicidad para las personas y los efectos perjudiciales que tienen sobre la capa de ozono.
Por eso, a partir del Protocolo de Montreal de 1987, se establecieron plazos para reemplazarlo por otros compuestos que no dañaran la atmósfera terrestre, hasta eliminarlo por completo.
Sebastián Garita, becario doctoral del Conicet en el Instituto de Fisiología Vegetal (Infive, Conicet-UNLP), abocado a distintos proyectos de investigación para atacar a la única especie que afecta el cinturón hortícola regional, denominada Nacobbus aberrans, explicó que "en esa reducción de la aplicación del producto, se fueron intensificando ciertos problemas fitosanitarios, es decir relacionados a las plantas, que preocuparon mucho a los productores y que dieron lugar a la búsqueda de soluciones alternativas".
"La principal plaga son los nematodos, gusanos microscópicos muy difíciles de combatir", relató y contó que aunque prefiere tomate, morrón y berenjena, "el bichito ataca todo tipo de cultivos".
Describió el especialista que su modus operandi consiste en ingresar a la raíz y formar unas bolitas muy pequeñas que parecen nudos llamadas agallas, dentro de las cuales se instalan las hembras para poner huevos.
Mario Saparrat, investigador independiente del Conicet y coordinador del grupo de trabajo, detalló que "si bien parasitan la planta y por ende le roban alimento, no es ése el peor daño que le ocasionan, sino la quebradura de los tejidos de conducción: rompen los tubos por los que recibe y transporta agua y nutrientes".
Así, el equipo se propuso obtener plaguicidas naturales que no afecten el medio ambiente a través de dos vías: con hongos, por un lado, y aceites esenciales por otro. En el primer caso, a su vez, los científicos probaron la acción de dos especies que combaten al gusano sin afectar en modo alguno a los cultivos. Uno de ellos se llama Funeliformis mosseae y es una micorriza, es decir que vive dentro de las raíces.
"Lo que sucede es que las hifas o filamentos van creciendo y es como que prolongan los conductos de la planta, aumentando la superficie de absorción, precisamente la parte que el nematodo le quiebra", señaló al respecto Marcela Ruscitti, investigadora de la Universidad Nacional de La Plata (UNLP).
Como el hongo compite por el espacio con el gusano, es importante que llegue a la planta antes que éste para dificultarle el acceso: comparativamente, una planta micorrizada tiene un 50 por ciento menos de huevos en sus raíces que una que no lo está.
Dentro del mismo proyecto, también realizaron ensayos con Pleurotus ostreatus, una especie que no ingresa al cultivo sino que vive en el mismo suelo, creciendo en forma de hilitos blancos.
En determinado momento, aparece en la superficie el sombrerito, la parte visible del hongo, que justo en esa instancia despide una toxina que afecta al gusano inflamándole glándulas del aparato digestivo aunque sin llegar a matarlo.
El tercer y último experimento en materia de hongos es el de Paecilomyces, un género que parasita los huevos de gusano y se los come.
Desde el Conicet destacaron que "como el método de acción varía en cada caso, la búsqueda de los científicos no aspira a encontrar una única solución, sino a conocer las características de distintas variedades y generar combinaciones posibles y viables que puedan aplicarse en una planta para atacar al patógeno en todas las etapas de su ciclo de vida".