
En un contexto de transformación global del consumo animal, la alfalfa emerge en nuestro país como un cultivo estratégico con un enorme potencial de crecimiento. Si bien hoy el país representa solo el 1,5% del mercado mundial de heno, especialistas del sector afirman que podría multiplicar por cinco o seis su volumen exportador si logra superar barreras estructurales, principalmente relacionadas con infraestructura, industrialización y logística.
Córdoba lidera este proceso. Con 610.000 hectáreas sembradas, cuatro de las siete plantas de recompactado y una de las dos deshidratadoras del país, la provincia se consolidó como el polo productivo y exportador más importante de la cadena. Allí funciona también el clúster de alfalfa, una red público-privada que articula a más de 100 actores y que se prepara para representar al país en el IV Congreso Mundial de Alfalfa en Francia y en la feria Agritechnica, en Alemania.
A pesar del entusiasmo, las cifras actuales reflejan un camino aún incipiente: en 2024 se exportaron 147.000 toneladas, por 66 millones de dólares, frente a un mercado global de casi 10 millones de toneladas liderado por Estados Unidos, Australia y España. Justamente, el caso español es señalado como modelo por su transformación: en tres décadas pasó de exportar volúmenes similares a los de Argentina a convertirse en el segundo mayor proveedor mundial, gracias a la instalación de más de 60 plantas industriales de deshidratado.
Condiciones favorables y obstáculos estructurales
El avance de la ganadería intensiva en el mundo (especialmente en Asia y Medio Oriente) genera una demanda creciente de forrajes de alta calidad, como el heno de alfalfa. Sin embargo, en la Argentina persisten obstáculos que limitan la capacidad de respuesta a ese mercado. Entre ellos, la falta de centros de acopio estratégicos, tecnologías modernas de secado y procesamiento, y un clima poco predecible que dificulta la cosecha. Los productores pierden en promedio dos de cada seis cortes anuales debido a lluvias imprevistas que impiden alcanzar el estándar internacional de humedad.
Para dar el salto productivo que permita exportar entre 800.000 y un millón de toneladas anuales (el objetivo que proyecta la cadena) se requeriría instalar al menos 50 plantas industriales más, junto con inversiones logísticas que garanticen la calidad desde el campo hasta el contenedor.
Una oportunidad para agregar valor en origen
“Hoy, el cuello de botella no está en la superficie cultivada, sino en la capacidad de procesamiento”, explican desde el clúster provincial. Por eso, la estrategia no apunta solo a crecer en hectáreas, sino a incorporar más tecnología, consolidar un modelo de producción con valor agregado y fomentar el asociativismo para escalar de forma eficiente.
La experiencia cordobesa, con un entramado sólido y organizado, podría servir de guía para otras regiones con potencial alfalfero. La articulación entre productores, industria e investigación (como la que lidera el INTA Manfredi en materia de forrajes conservados) será clave para replicar un modelo exportador robusto.
Visión de futuro
El sector ve en la alfalfa no solo una oportunidad económica, sino también una alternativa para diversificar la matriz agroexportadora y posicionar a la Argentina en un mercado dinámico y de alta demanda. Pero el tiempo apremia, ya que mientras países competidores consolidan su oferta, la ventana de oportunidad está abierta, pero no garantizada.
Apostar a la alfalfa implica decisión política, inversiones coordinadas y una mirada estratégica de largo plazo. De concretarse, el país podría dejar de ser un actor marginal y comenzar a jugar un rol protagónico en el negocio global del heno.